2 de noviembre, día de difuntos. Pocas veces había visto un reportaje tan riguroso e inteligible sobre la eutanasia, como el publicado por la página mexicana Yoinfluyo. La distinción entre eutanasia y ortotanasia resulta más que pertinente. El ejemplo del enfermo terminal de cáncer con paro cardiaco o cerebral es magnifico, como lo es la selección de citas, entre otras la de Juan Pablo II, que pone el dedo en la llaga: el derecho a la muerte digna es una muy digna forma de disfrazar la verdadera razón de la eutanasia: el egoísmo más atroz. Del mismo modo, y al igual que ocurre con el aborto y los distintos tipos de eugenesia. La eutanasia en la edad moderna nace con las leyes eugenésicas de los felices años veinte en Inglaterra, en pleno imperialismo capitalista británico y en el nazismo de Hitler.

Y lo mejor: Yoinfluyo incide en la mentira más gorda sobre la eutanasia: la de que la Iglesia, o cualquier médico con sentido común, lo que quiere es hacer sufrir al enfermo. Tampoco abundan tanto los sádicos. Es cierto que la Iglesia no quiere que se nuble artificialmente la consciencia del enfermo, porque nublar la consciencia es nublar la conciencia, y evitar así que el hombre se pueda enfrentar a la muerte en libertad. Sin consciencia, claro, no hay libertad. Lo que el cristianismo no admite es que alguien, por muy doctor que sea, por muy familiar que sea, decida por el moribundo o colabore con un asesinato.

Por tanto, la Iglesia pide al enfermo que se prepare para la muerte, al tiempo que, una vez preparado, se le evite todo el dolor posible, aunque se acelere con ello la muerte y aunque pierda la consciencia. No es el partidario de la eutanasia quien, a la hora de la verdad, lucha no contra el encarnizamiento terapéutico, sino contra el dolor y a favor de la libertad. No la libertad del suicida, claro está, sino la libertad del hombre con esperanza.

Lean Yoifluyo, merece la pena.