La Cumbre Europea de Polonia, Eurogrupo y Ecofin no ha servido para mucho -está bien- no ha servido para nada. Pero, eso sí, el amigo Jean-Claude Trichet, presidente del BCE, unida a su correligionaria, la directora del FMI, Christine Lagarde, se ha empleado a fondo en vender el nuevo mandamiento de las finanzas internacionales: los bancos europeos deben capitalizarse.

Los bancos norteamericanos no, porque ya los capitalizó Barack Obama -bueno, empezó George Bush- con dinero público y con dinero extranjero porque Estados Unidos, como dicen los argentinos, son "los que siguen fabricando la plata". Cuando vuelvan a gastarse todo su capital, vendrá otra crisis, ya sea de hipotecas-basura o de cualquier otra basura financiera. Estos chicos poseen una gran capacidad de inventiva, lo que ahora denominamos I D i.

Y esto es bello e instructivo, porque demuestra que la modernidad posee una gran capacidad, no ya para tropezar centenares de veces en la misma piedra sino para caminar en dirección opuesta a la salida de la crisis y, además, a gran velocidad. En dos palabras: esta crisis, y este último siglo, se ha caracterizado por la irresistible tendencia al monopolio cultural y al oligopolio económico.

Porque un banco muy capitalizado no es un banco bueno, es sólo un banco grande. Un banco pequeño, una empresa pequeña, puede ser, de hecho, suele ser, más rentable que uno grande, salvo, claro está, que desde el poder se prohíba la existencia de bancos pequeños.

El sistema ideado por el Banco de España con sus provisiones antimorosidad, incluidas las anticíclicas -es decir, las provisiones porque sí- resultaban mucho más útiles para medir la solvencia bancaria y evitar sustos. Las provisiones contra la morosidad salen de los propios fondos del banco y apuntan al corazón del negocio bancario, cuyo primer mandamiento reza así: un banco grande no es aquel que tiene mucho capital social sino el que tiene poca morosidad. De hecho, el pequeño banco o cajas de ahorros -ahora ya desaparecidas- es el que más se cuida de no entrar en morosidad porque sabe que nadie le va a rescatar. Por el contrario, el gran banquero sabe que, ocurra lo que ocurra, el Estado, o las unidades supraestatales, como la Unión Europea, van a venir a rescatarle. Y sabe también que la cirugía la sufrirá el contribuyente, no él.

Por eso, el tercer aniversario de la quiebra del Lehman Brothers debía haberse festejado con cava: fue el único gran banco que se dejó caer, que es lo que hay que hacer con quien no paga sus deudas. Si se hubiera seguido el mismo ejemplo con el resto de los bancos norteamericanos y europeos, no estaríamos donde estamos.

No es que los bancos grandes sean más solventes que los pequeños. Lo que ocurre es que si, para ejercer de banquero, te exigen unas cantidades gigantescas de capital, entonces sólo los grandes pueden crear bancos. Es decir, que siempre vence el dinero, es decir, que vivimos en plutocracia.

Sin embargo, todo lo grande es ingobernable y acaba por ser injusto con el pueblo. Es la tendencia al oligopolio económico y algo parecido ocurre en el mundo de las ideas: la tendencia a despreciar todo lo que se aleje del pensamiento único y uniforme, de lo políticamente correcto. O sea, el monopolio cultural.

Lo que ocurre en Europa tiene algo de locura colectiva: todo tiene que ser grande y hay que ahogar al pequeño. Especialmente al pequeño propietario, es decir, la criatura libre que queda en la tierra.

Por lo demás, aprendamos del caso CAM. En España teníamos un sector llamado cajas de ahorros, que era tan solvente como los bancos o más. Pero para ser modernos, los europeos se empeñaron en que Zapatero convirtiera a las cajas de ahorros en bancos y muchos cajeros vieron ahí la oportunidad de cobrar como banqueros. Para ello, desacreditaron a estas entidades de crédito, que es lo único que no se puede hacer como un banco. Y, al desacreditarlas, convirtieron la imagen en realidad: en efecto, las cajas no iban mal, ahora sí van mal.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com