Ni Teología de la Liberación (la refutación de la teología de la liberación cabe en una tapa de yogur) ni renovación doctrinal (Juan Pablo II, con la ayuda del entonces cardenal Ratgzinger, ya renovó y aclaró doctrina para un par de siglos): los ejes del pontificado de Benedicto XVI, quizás porque es un intelectual de primera, van a ser más pastorales que doctrinales, y van a girar alrededor de dos asuntos: el respeto debido a la Eucaristía, y la filiación divina.

Durante la homilía de inicio de su Pontificado, Benedicto XVI aprovechó el evangelio del día para hablar de Buen Pastor, y advertir: "No es el poder el que redime. Sino el amor. Este es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, que derrotara al mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos de su paciencia".

En efecto, al final toda increencia se resume en aquella frase del genial Louis de Whol, tan olvidado : "Mi hijo ha muerto, Dios no existe". No hay lógica en la aseveración pero hay una razón sentimental indefinible e imposible de saltar para muchos: ¿Por qué existe el dolor? Puedes explicarle una y mil veces que el dolor y el mal son el fruto de la libertad que Dios ha otorgado a los hombres: es raro que se consiga algo. Y, sin embargo, esa es la respuesta correcta: necesitamos de la paciencia de Dios simplemente porque no podemos jugar a ser dioses. De ese juego procede toda la tristeza que empapa a la humanidad. Y la única manera de "visionar" el plan de Dios es unir esa aceptación de un Dios que no puede seducir, sólo cortejar, con el segundo gran secreto, que seguramente va a marcar este pontificado. Juan Pablo II advirtió "No tengáis miedo" y el grito corrió por el Planeta. A Benedicto XVI le ha bastado con terminar la frase: "No tengáis miedo de Cristo".

Y para no tener miedo simplemente hay que considerar las cosas como son: Él es Creador y Padre, nosotros somos hijos: el nuevo Pontífice va a ofrecernos el secreto de la infancia espiritual, el único remedio del hombre frente al vértigo que produce el mundo. La infancia espiritual, el vivir como hijos de Dios, a ser posible hijos pequeños de Dios, es lo único que da sentido a la vida.

En la misma homilía, Ratzinger advertía: "No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario". Como me confesó aquel famoso periodista económico (hoy más famoso que entonces) tras leer mi libro "Por qué soy cristiano y, sin embargo periodista", muchos no pueden creer que Dios, todo un Dios, esté pendiente de ellos. "¿Un Dios pendiente de mí, de mi palabra? ¡Eso no me lo creo!, me comentaba el personaje.

Y, sin embargo, lo está.

Ese es el programa de Benedicto XVI, unido a la prueba tangible -científica, diríamos hoy- de ese desvelo del Creador por la criatura, que no es otro que la Eucaristía. Poco antes de ser elegido Papa, Ratzinger predicó el Vía crucis de Viernes Santo, dada la extrema debilidad del Juan Pablo II. Relean el comentario a la IX estación, en donde el todavía prelado de forma taxativa aventura que lo que más ofende a Dios es el maltrato a la Sagrada Forma. En otras palabras: o bien-tratamos al Sacramentado o se harán realidad las palabras de Cristo : "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará Fe sobre la tierra?"

En cualquier caso, se admiten apuestas.

Eulogio López