• Rubalcaba y Zapatero coinciden: lo hicieron muy bien pero no supieron explicar las medidas contra la crisis.
  • El hombre que no se arrepiente de nada.
  • Nigeria: ¡Tápate tú, no te joroba!

Esta es la historia de mi viaje diario desde mi casa al trabajo: cinco paradas de metro. Toda entera cabe en el trayecto que va desde mi domicilio hasta la redacción de Hispanidad, ubicada en el madrileño barrio de Chamberí.

Aunque a cosa empezó el día anterior, cuando el pastelero de mi barrio me dijo que había tenido que prescindir de sus dos empleados porque no le daba para pagar sus salarios y los seguros sociales –altísimos en España, sea para pymes o para multinacionales-. No sólo eso, ahora está pensado en jubilarse y cerrar el negocio, que nadie quiere comprar. Me asombra, porque su pensión de autónomo será de subsistencia y porque es un tipo al que he visto trabajar durante 25 años de sol a sol –y de noche a noche-. Su mujer metía muchas horas y sus hijos, también desde niños. Trasformó una panadería sin horno, un chamizo, en una tahona que hacía todo tipo de dulces y que habría siete días por semana, previo paso por varios cursos de formación: pan, hojaldre, etc. Simplemente dice que la gente no compra dulces, sólo pan y que está harto de espera clientes que no llegan.

Entro en el metro y me encuentro con la mujer que vende pañuelos de papel y mecheros de baja calidad. A las siete de la mañana ya está en las escalinatas interiores, pero cuando vuelvo a las 20,00 horas sigue allí. Es uno de esos rostros hispanos prematuramente envejecidos pero no me atrevo a preguntarle la edad y mucho menos quien le proporciona el material y si es trabajadora por cuenta propia o ajena: prefiero no saber quién es su patrón.

Ya en el vagón hay quien vocea que ha perdido el empleo –no necesariamente inmigrantes- y hasta me he encontrado con quien pedía comida, no dinero. Una chica le dio un euro y una manzana y él cogió ambos. A lo mejor es uno de los que hace cola ante las hermanas de San Vicente de Paul, calle Martínez Campos, que ofrecen comidas gratis a partir de la una de la tarde (horario europeo, como puede verse): "Repartimos más de 600 menús diarios, pero lo grave es que ahora ya no vienen sin techo, sino familias enteras con niños. A esos les pedimos que vengan antes y se llevan la comida a casa, porque les da vergüenza que sus les vean con los mendigos. Y lo malo es que ahora no tenemos para todos y tenemos que atender otros centros en los barrios". Como ven, son monjas muy poco progresistas. Yo creo que ni tan siquiera saben lo que es la prima de riesgo, las muy ignorantes.

Vuelvo a mi recorrido diario hacia Hispanidad, no más de treinta minutos. En el metro se asientan los músicos, algunos verdaderos virtuosos, de los más variados instrumentos, que tocan para un público en constante movimiento. Mi favorito es un acordeonista, asimismo español, que toca baladas alegres, propias de los bailables. Es mi favorito porque te quedas con la tonada y porque el tipo sonríe más que un consejero delegado, mucho más.

Otra vez en la calle, Santa Engracia, por si les interesa, un buen señor me da siempre los buenos días. Yo pensé que era un tipo amable, de los que ya no quedan, pero un día descubrí que es su manera de pedir limosna con dignidad.

Antes de entrar en la Iglesia en la iglesia habitual me encuentro con otra sonrisa, la del hombre que mantiene en perfecto estado de revista la entrada de la Iglesia de las Visitandinas. ¿Qué quieren que les diga? Los periodistas no estamos acostumbrados a que nadie nos reciba con tanta afabilidad. No extiende la mano, sólo abre la puerta.

A la salida, ya cerca de la redacción me encuentro con una mujer de unos cuarenta años –aunque insisto, la pobreza provoca envejecimiento prematuro- que se mantiene de hinojos durante horas en plena calle. Si llueve, se retira hasta el soportal de una cafetería… y dobla las rodillas sorbe la acera. No tengo la menor die de si me está engañando, pero ningún estafador se toma tantas molestias. Yo, al menos, sólo aguanto de rodillas, sobre un cómodo reclinatorio, el tiempo que dura la consagración eucarística.

Reconozco que ya casi he llegado a destino pero aún me queda una sorpresa. Es un señor, sin corbata pero vestido con la pulcritud de un mayordomo. Le hecho 60 años, con bigote, sonrisa abierta. ¿Por qué los pobres sonríen más que los pudientes?:

-¿No se acuerda de mí?

-Pues lo lamento, pero…

-Yo tenía un restaurante, el horno de… pero tuve que cerrarlo…

El resto ya se lo imaginan. Ojo, no reclama nada de forma directa, sólo te cuenta su historia, con el mismo objetivo, naturalmente, pero no deja de recordarme cundo estuve en la Cuba de los Castro: me sorprendió la dignidad de los isleños hambrientos. No pedían, contaban su historia. Llegué a pensar que se trataba de una exigencia del barbudo revolucionario.

En cualquier caso, como buen burgués desconfiado, pregunto a mi quiosco –que cada día vende menos prensa vegetal- si la historia de mi narrador es cierta. Me lo confirma punto por punto. Lo suyo era un restaurante floreciente, pero en este barrio céntrico de Madrid los restaurantes de tipo medio –menú de 10 euros- están cayendo como moscas desde hace dos años.

He conseguido llegar a la redacción. No, los pobres de Zapatero están en calle, ahora no acuden casa por casa. Se ve que los vecinos no les dejan entrar. Y siendo decirlo, pero se lo agradezco. De otra forma, no habría podido escribir este artículo.

Rubalcaba y Zapatero coinciden: lo hicieron muy bien pero no supieron explicar las medidas

Esta historia de la crisis parte de la anterior. A la hora de emitirla, el Comité Federal del PSOE continúa debatiendo su futuro tras el desastre electoral del pasado domingo, en la convicción nunca reconocida de que el 20-N no ganaron los populares sino que perdieron los socialistas.

Bueno, reconocido sí, pero a la contra. Ese acróbata dialéctico que es Rubalcaba asegura que el PP tiene techo electoral, que sólo han conseguido medio millón de votos más que en 2008, cuando ganó el PSOE. Ahora bien, el sofisma consiste en que Rubalcaba obvia que el PSOE perdió casi 4,5 millones de votos. Tiene razón, los españoles no están entusiasmados con el Rajoy pero aborrecen a Zapatero: los de izquierdas, lo de derechas y los mediopensionistas. Sobre este punto, hay consenso nacional, pero tiene gracia que el consuelo de Rasputín Rubalcaba a sus correligionarios consista en recordar que la gente que la gente no ama al contrario y ocultar que, a pesar de ello, has perdido porque a ti no es que te ame: es que te aborrece.

¿Y qué dijo Zapatero? Todavía mejor. El aún presidente del Gobierno asegura que la razón del fracaso del 20-N es que no han sabido explicar sus medidas contra la crisis. Para entendernos, un problema de comunicación. Los españoles no han sabido comprender sus medidas contra la crisis. Yo diría que si no las han entendido las han comprendido hasta demasiado bien. "Descontentos ante la crisis, muchos buscaron el cambio aunque la salida no dependía sólo de nosotros". Entonces, ¿de quién dependía? ¿Por qué todos los países sufrieron la crisis pero España duplica en desempleo a la media de Occidente?

Zapatero es el hombre que no se arrepiente de nada. Es rencoroso, es insensato, es ignorante. Sí, pero en eso no se diferencia de la mayoría de los políticos españoles. El verdadero problema de ZP es que sigue pensando que fue un buen presidente. Sin arrepentimiento no hay vida eterna pero, sin ir tan lejos, ni tan hondo, sin arrepentimiento tampoco hay progreso, solo enquistamiento.

ZP siempre ha dicho que no cree en Dios. Por eso nunca se arrepiente ni cuando le obligan a rectificar. Ahora bien, para mí que la ecuación es la inversa: no cree en Dios porque le falta sentido del pecado, y así no hay manera de progresar. Con esos mimbres, sólo nos quedamos en progresistas.

Que se presente Pedro Zerolo como sucesor. No se rían, Zerolo, Leyre Pajín y Elena Salgado son los símbolos más nítidos del Zapaterismo. Ocho años donde se ha ampliado el aborto (Pajín y Aído), en los que se ha destrozado el sentido mismo del matrimonio (Zerolo) y en el que se ha implantado la cosificación de la vida humana (leyes de Reforma de la reproducción asistida y de Investigación Biomédica), además de arrodillarse ante don Mercado Financiero (ambos elementos a cargo de Elena Salgado, primero en Sanidad, luego en Economía), más el regreso al guerracivilismo (mérito del propio ZP) es una herencia de difícil asunción. Sobre todo para un Mariano Rajoy que sólo entiende un principio: la eficiencia.

Nigeria: ¡Tápate tú, no te joroba!

Esta es la historia de un taxista de raza negra, residente en España, del que desconozco su nombre, porque un traslado en taxi por Madrid tampoco da para intimar.

Es nigeriano, ese gigante del Golfo de África, con una población que casi triplica la española: "Llegue a España con 180.000 euros, me quedé sin un euro pero ahora espero recuperarme porque ya estoy instalado... Cuando mis amigos españoles me dicen que sólo tienen 20 euros para salir un vienes por la noche les digo que no salgan: así el sábado por la mañana tendrán los mismos 20 euros y podrán emplearlos en buscarse un medio de vida". Buena filosofía económica: no por el espíritu de ahorro que refleja, en el que nunca he creído y, además, siempre me ha parecido una falta de confianza en la Providencia, sino por el final del razonamiento: el ahorro no es un fin en sí mismo para mi chófer temporal, es una herramienta para tener un medio de vida, para trabajar, para producir, para crear, no para invertir en bolsa ni en deuda del Estado. El dinero sirve para producir no para especular. Es lo que distingue la economía cristiana de la economía financista.

Mi colega transitorio no parece cristiano, pero tiene muy claro cuál es el problema de Nigeria: el islam: "Es una religión de chiflados. Si les invitas a un buen restaurante acaban comiendo las sobras de la basura. Obligan a sus mujeres a ir tapadas hasta los pies mientras ellos van de cualquier forma: ¡Tápate tú, no te joroba!" –concluye, en vibrante jerga castiza-. "Y encima te ordenan que tú hagas lo mismo. Se están cargando mi país". 

El Papa Benedicto XVI ha viajado a Benín, vecino de Nigeria, país escogido como símbolo de la nueva evangelización para África. Al menos, allí se respeta la libertad religiosa. Pero Benín no deja de ser una isla en el continente negro. Una muestra eso sí, de que el reto de la política internacional en el siglo XXI se llama libertad de culto. He dicho de la política, no de la religión. Porque sin ese derecho libremente ejercido, no hay manera de lograr un mundo en paz. Pero el Islam no es el único enemigo de la libertad religiosa. A un credo que conculca la libertad no se le puede oponer la ausencia de credo, sino la libertad de proponer, en lugar de imponer.

Y lo peor no es Nigeria. Donde se contempla el mayor daño que el islam ha infligido a África es Somalia. Un país que conjuga la muerte por hambre con la violencia islamista. A los mahometanos les importa muy poquito la hambruna y las epidemias. Su odio hacia los cristianos, o a ese embrión de cristianismo que es el animismo –o creencia en la existencia de algo inmaterial, por muy prosaico que sea- ha terminado en la creación de ejércitos privados dedicados al asesinato, al secuestro y a la piratería. En nombre de Dios, que es lo que más 'joroba'.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com