En el tendido del Vicente Calderón, en la noche del miércoles, noche triste donde la Selección española de fútbol no pasó del empate a 1 gol contra el modesto equipo de Serbia, y se aleja cada vez más del Mundial de Alemania 2006, se oían voces tenebrosas que hablaban de la gafe -así, en femenino- e insistían una y otra vez en que ahí era, justamente, donde había que buscar las causas.

Porque, como dijera aquel prohombre del pasado, político pero amante del fútbol, la superstición está condenada por la Iglesia, ciertamente, pero lo que sí existe, lo que resulta una entidad metafísica innegable, es el gafe. Porque, aducía el inefable europeísta- ya me dirá usted lo que dista entre un balón que golpea el poste y otro que entra en la portería. Décimas, y aún diríamos centésimas median entre el triunfo y la gloria.

Y lo que es más grave: la gafe no dejaba de sonreír. Quizás vaya en el sueldo, lo sé, como sé que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido, pero, caramba, cuando las columnas de la civilización se desmoronan, ciertas sonrisas resultan de lo más inoportuno. También el duelo tiene su protocolo, su liturgia. Aunque el cuerpo le pida juerga. Seriedad, Alteza, seriedad.

Tiempo de descuento. La Selección no parecía capaz de meterle un gol ni al arco iris. Entonces un chaval, luego supe que tenía doce años de edad, exhaló el eureka, con un más cabizbajo que entusada. Esto es España.

Quise indagar las premisas que llevaban a tal conclusión y el significado del aserto y me fue explicado con toda claridad: Los chicos de Luis Aragonés comenzaron jugando bien, Raúl marcó un precioso gol a costa de sus cervicales y los serbios no salían de su campo. Pero en cuanto España ganaba por 1 a 0 decidió mantener el resultado. El conservadurismo siempre ha sido lo peor que existe en el mundo : paraliza a individuos y sociedades. El hombre se conforma con lo que tiene, especialmente si aumentarlo exige esfuerzo.

Luego vino el empate de Serbia, un churro que tenía que llegar porque los jugadores españoles no hacían otra cosa que recular, mantener el resultado.

Tercera etapa: las prisas, la urgencia por hacer en un minuto lo que se no ha hecho en noventa. Ya en esta tercera etapa amanece la cuarta: buscar un culpable para el previsible fracaso : marrullería del contrincante, árbitros de padre desconocido, culpable que, por lo general, suele ser justo el que tenemos al lado. Penúltima etapa: depresión profunda, sentimiento de impotencia. Última: olvido de todo lo anterior y tropiezo en la mima piedra.

Esto es la Selección española, esto es España. Como diría un castizo. Tenemos menos fuerza que el pedo de un marica. Pero debo suprimir esta frase. Es ofensiva y, sobre todo, no es políticamente correcta. Quedémonos con el orteguiano, o quizás unamuniano, Esto es España, de un niño de 12 años. Es el canséme, oh asturiano, es el fatalismo andaluz: las cosas están mal, pero conformémonos, no sea que empeoren. La desgracia inevitable. O sea, España misma.

Eulogio López