Eso es al menos lo que sospechan algunos fieles a José María Aznar, que, en su momento, compusieron la guardia pretoriana del entonces presidente del Gobierno. Son hombres fieles a Aznar, a Mariano Rajoy y a cualquiera que gobierne el aparato.

Piensan, por un lado, que Esperanza Aguirre se ha dado cuenta de que es el principal poder político del que goza ahora el Partido, con la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Esperanza sueña con ser la primera mujer presidenta del Gobierno de España. Para eso necesita sustituir a Rajoy, o que éste y el Partido aceptaran convertir a Esperanza Aguirre en la candidata a La Moncloa en 2008. Plantear ahora la batalla, cuando Mariano Rajoy acaba de obtener el 98% de los votos en el reciente Congreso del PP, sería suicida.

La táctica de Gallardón es muy otra. Lo que quiere el alcalde de Madrid, perpetuamente enfrentado a Esperanza, es romper el Partido Popular y crear una formación bisagra, contando con los apoyos que cuenta tanto en el PSOE como en el grupo Prisa. Naturalmente, eso sólo puede hacerse cuando su tarea como alcalde Madrid sea lo suficientemente conocida, cuando haya conseguido las Olimpiadas para la capital de España y cuando la presión de Esperanza Aguirre y del aparato del Partido (como repuesta a las provocaciones de Gallardón, naturalmente) resulten lo suficientemente inadmisibles como para aparecer ante la opinión pública como víctima.

Eso sí, también deberá Gallardón hacer olvidar su pasado como subidor de impuestos, dado que nada más acceder al poder (mayo de 2003) elevó el IBI (impuesto clave de todo municipio, que abonan los propietarios de viviendas) hasta un 43%. Ahora está llegando a los particulares el primer hachazo fiscal de Gallardón, pero es necesario que se acostumbren a la subida y que, además, contemplen que el extra ha servido para algo.

Porque hasta ahora la situación era muy distinta. Hasta ahora, Esperanza quería ser sucesora de Rajoy, mientras que Gallardón apuesta por ser el sustituto (ambas palabras empiezan por su, pero el significado es distinto). Esperanza Aguirre promete fondos para el Partido y poder político real. Ignacio González, número dos de Esperanza, pacta con el aparato que será Esperanza quien dirigiría el Partido en Madrid, pero sin más aspiraciones. La verdad es que Esperanza quiere mucho más, pero González no está dispuesto a jugar contra Rajoy.

Todos estos comentarios proceden de la sede central del Partido en la madrileña calle de Génova. Nadie comprende allí cómo Gallardón se atreve a tanto. En su día, ya se aprovechó de la caída en desgracia de Rato para enfrentarse directamente a él y defender su subida de impuestos. Rajoy le apoyó con su silencio, pero ahora el objetivo no es Rato: es el propio Rajoy.

Por cierto, Telemadrid también entra en esta pugna, Gallardón se queja de que desde que está Manuel Soriano, Esperanza sale cuatro veces más que Alberto, y eso no le gusta al alcalde. Conclusión: Su segundo, Manuel Cobo, se enfrenta a Aguirre por el control del Partido.

En el entretanto, Gallardón se ha puesto a trabajar. Tiene todo el apoyo de su empresario favorito, Fernando Fernández Tapias, uno de los hombres más ricos del país, que controla el empresariado madrileño (el presidente de CEIM, Gerardo Díaz, del Grupo Marsans, no mueve un dedo sin permiso del Tapias) y, a su vez, con el genio de la imagen, Ladislao Azcona, Lalo Azcona, habla permanentemente con Tapias, y les encanta las técnica se videoteléfono.

En cualquier caso, e independientemente de que Aguirre y Gallardón logren realizar sus planes, lo cierto es que la autoridad de Rajoy en el Partido está más que tocada, justo en el momento en que, según las últimas encuestas (El Mundo del lunes 11), el PSOE aventaja al Partido Popular en siete puntos, dos más que en las generales del 14 de marzo, y Zapatero alcanza su cima de popularidad.  

Por cierto, los dos números dos de Esperanza Aguirre y de Alberto Ruiz-Gallardón, Ignacio González y Manuel Cobo, tienen algo en común: ambos se ocupan del dinero, del presupuesto público, tanto en la Comunidad de Madrid como en el Ayuntamiento. Cobo incluso es hijo del famoso Cobo Calleja, un promotor de polígonos industriales en el sur de Madrid con una gran tradición y mejor maestría en la siempre difícil relación entre empresarios y políticos, especialmente en aquellas empresas que facturan mucho al erario público. Esto parece lo malo del Partido Popular: que siempre se atasca en cuestiones de dinero.