En el país del melodrama nadie renuncia a la puesta en escena. Y jueces y fiscales no son los últimos en contagiarse de la coreografía nacional sino los primeros. Y así, la Fiscalía anticorrupción asegura -y así repite una parte de Internet, que la familia Del Pino, dueña de Ferrovial, sobornó con 6,6 millones de euros a los nacionalistas catalanes de Convergencia para obtener concesiones de obras públicas, en lo que califica como 'pacto criminal'.

Naturalmente que la formación de Artur Mas debe ser castigada por obtener dinero utilizando el dinero de los demás. Debe ser castigado el chantajista y algo menos el chantajeado, aunque también. Quiero decir que si un constructor, en este caso, Rafael del Pino, paga por obtener un contrato hace mal, pero también puede alegar -ante su conciencia, que no ante los tribunales- que le forzaron a ello, so riesgo de perder pedidos y de perder facturación y puestos de trabajo.

Dicho esto, el ambiente que se ha creado en España es el de "corruptos al paredón". Esto tiene varias desventajas: la primera, que algunos estamos en contra de la pena de muerte. La segunda, que cuando todo el mundo está bajo sospecha, corremos el riesgo de condenar a inocentes con culpables, aunque sólo sea por la exageración latente en toda psicosis colectiva. Un poco de sosiego no vendría mal.

En tercer lugar, si bien hay demasiada corrupción en España también hay quien utiliza la corrupción en beneficio propio. Sólo un nombre: el director de El Mundo, el influyente Pedro J. Ramírez, medra a gusto en este ambiente. Vive de las denuncias de corrupción, no en buscar la higiene social sino de sus venganzas personales y del mantenimiento de su propio poder.

Y la cuarta, que corremos el riesgo de pensar que la corrupción es enfermedad del grupo, que se cura con policía y tribunales, con investigaciones y condenas, cuando lo cierto es que es una patología del alma que sólo se cura con un rearme moral, no del pueblo, sino de la persona. Y esto, y no otra cosa, es lo más grave, lo realmente grave, que está pasando en España: la des-moralización.

Hablábamos ayer de iconoclasia. Hombre, iconoclasia no significa no perseguir la corrupción, que debe ser perseguida. Pero no vivir en permanente estado de sitio destruyendo todo lo que ha costado tanto crear. Y si la regeneración política que tenemos en mente procede de como la jacobina Rosa Díez o el comunista Cayo Lara, me temo que, al igual que aquel tribuno de la película Espartaco, tendré que optar por la corrupción republicana antes que por la tiranía imperial.

Hablo de la tiranía del aborto, del odio a la Iglesia, del feminismo y homosexualismo -las dos plagas de nuestro tiempo-, de la especulación financiera vendida como orden y consenso social y de la utilización de los tribunales como instrumentos de venganza respecto al enemigo. Por lo demás, sean investigados los Bárcenas y los Gürtel, los Eres de Griñán y los campeones de Pepiño Blanco (en la imagen), los sobresueldos del PP y los sobornos extremeños del PSOE. Pero no nos rasguemos las vestiduras por ello, que es actitud un tanto hortera. Españoles: ¡Sosegaos!

Eulogio López

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