Sigo insistiendo en que la ministra más impopular es, probablemente, la mejor ministra del Gobierno Zapatero. Me refiero, claro está, María Antonia Trujillo, responsable del Departamento de Vivienda.

Veamos, la idea madre de la que partió Trujillo es aquella que los cabezas de huevo del PSOE le aceptaron como básica para una política económica socialista: que la única forma de abaratar el precio de la vivienda es construir mucha vivienda pública. Las VPO no sólo ofrecen viviendas baratas a economías modestas, sino que fuerzan a la baja el precio de la vivienda libre. Simplemente, hay que hacer muchas.

Dicho de otra forma, Trujillo entró en el Gobierno convencida de que el esquema liberal ha fracasado rotundamente en la cuestión de la vivienda, el gran fracaso de la política económica del Partido Popular. Y llegó con un receta estatalista -¡inmenso mal!-, hasta que Solbes se encargó de echarle encima un jarro de agua fría. Por eso, Trujillo, imposibilitada para hacer la política que quería, ha ido poniendo parches a la rueda, con la política que le dejaban hacer. De ahí que se haya convertido en la ministra del choteo, con sus soluciones habitacionales, etc. Nada de eso, es simplemente la ministra socialista en un Gobierno de política económica capitalista. Lo que ocurre es que no le dejan hacer lo que quiere.

Para Solbes nada puede entorpecer la política de déficit fiscal igual a cero, para Trujillo, cuando en un sector existe demanda suficiente, hay que atenderla con una oferta que no sólo creará empleo, sino un producto de primera necesidad para personas y familias: casas.

No se trata, pues, del liberalizar suelo, sino de dedicar dinero público a viviendas de protección pública. El mensaje capitalista se ha colado de tal forma en toda Europa, que el presidente de la SEPES, la sociedad estatal encargada de conseguir suelo público para viviendas, solicita ayuda a los ayuntamientos para que amenacen a los propietarios de suelo que pretendan especular con su producto con no modificar su calificación de suelo rústico durante años. Como si eso pudiera hacerlo un ayuntamiento, suponiendo que quiera hacerlo. Por contra, si en algo está justificada la expropiación no es en la construcción de obra pública que es donde se producen abusos-, sino en el suelo para construir viviendas públicas o viviendas de precio tasado, en definitiva, vivienda barata.

Porque con el nuevo socialismo progre está ocurriendo algo parecido a aquello que tanto llamaba la atención de los norteamericanos durante le Franquism que en España, al revés que en cualquier otra zona del mundo, los coches los fabricaba el Estado y las carreteras la iniciativa privada. En España, el Gobierno Zapatero, progre, que no socialista, intenta estatalizar la enseñanza al tiempo que privatiza el suelo para el bien más deseado y más inalcanzable: la vivienda. El bien, dicho sea de paso, que impide a los jóvenes formar una familia y crear un hogar. El bien de primera necesidad con el que más se especula.

Y Trujillo también tiene razón en algo más. Se habla de la burbuja de ladrillo, pero el boom de la vivienda tiene en España una causa de lo más natural: el sol. Los jubilados europeos quieren morirse en España, por lo que han copado la costa. Los inmigrantes impecunes prefieren el interior, más que nada porque es más barato. España se ha convertido en España Residencial SA. Todo el mundo quiere vivir aquí, por distintos motivos, y la población española se ha disparado desde los 38 a los 44 millones de habitantes, en tiempo record y con la tasa de natalidad por los suelos. Pues bien, si existe demanda, es lógico favorecer la oferta sin disparar los precios. La política lógica es la de Trujillo, no la de Solbes.

Sí, la mejor ministra es Trujillo. Y, además, la única ministra que aún conserva modos socialistas. El resto del gabinete Zapatero es como su jefe de filas: progres. Es decir, gente que grita: Aborto libre y gratuito, matrimonio gay, escuela pública, una vez pronunciadas tamañas sandeces ya se consideran de izquierdas, ya pueden forrarse violentamente, que diría un castizo.

Eulogio López