Si los telediarios mantienen los cayucos como apertura informativa no va a haber mucha gente que acepte lo siguiente, pero lo cierto es que la postura del Gobierno Zapatero es mucho más noble que la europea, que tanto le afea la regularización masiva del ministro de Trabajo, Jesús Caldera, y no digamos nada de Suiza, que simplemente ha cerrado su mundo rico a los impecunes que llegan de lejos. No sólo lo ha cerrado, con el referéndum del domingo a los pobres, sino también a los refugiados. Y Suiza siempre ha sido un ejemplo de egoísmo para Europa: seguramente Bruselas endurecerá las fronteras al grito de mirad lo que les está pasando a los españoles: hay que ser más restrictivos.

La verdad es que a los españoles no les está pasando nada, al menos por los cayucos, que no son más que la punta del iceberg de la inmigración que sí hay que cortar: la que viene a delinquir (rumana) o, al menos con pocas ganas de trabajar y muchas de vivir de las prestaciones públicas de una España a la que, encima, dicen odiar a España (nacionalidades varias, incluidas, ¡ay!, hispanos,) o que no buscan acogida, sino invasión, como ocurre con la inmigración magrebí. Esa migración indeseable viene por carretera o por aeropuerto, no en pateras.

En otras palabras, la postura del Gobierno Zapatero con los inmigrantes ha sido más generosa que la europea, y no digamos nada que la suiza. Eso sí, el trabajo no puede ser, como pretende el Gobierno Zapatero, de mirada corta, o que decida la acogida o expulsión de un extranjero. El único criterio ético es el de abrir las fronteras a todo aquel que quiera vivir en España o en Europa- es el de que el emigrante respete al país que le acoge. El racismo consiste en cerrar puertas, no en vigilar al recién llegado. Eso no es xenofobia, es sentido común. Y el trabajo no puede ser el único medio de control ni de integración.

Pero es que además, económicamente la inmigración no sólo es un problema, sino algo muy necesario. En Reino Unido un 10% de las mujeres afirma que se casará, o juntará, pero que ya ha decidido no tener hijos. El mundo europeo se suicida con la baja natalidad y necesita otro mundo que está dispuesto a vivir sin tanto lujo y con descendencia. Es una cuestión puramente económica.

Quienes han acudido a la Feria del Trabajo Inmigrante celebrada en Madrid se han podido dar cuenta de ello.

Eulogio López