A menudo la eutanasia se centra en los aspectos técnicos que rodean el acto de morir, pero no se tienen en cuenta consideraciones más profundas.

 

En un artículo publicado en The Calgary Herald, la profesora canadiense Margaret Somerville, profundiza.

Uno de los medios que propone la profesora consiste en llenar nuestra vida del espíritu humano. Se trata de esa realidad intangible que cada persona debe encontrar para dar sentido a su vida; esa realidad profunda que nos hace sentirnos conectados a los demás; esa realidad sobrenatural que necesitamos para experimentar plenamente la vida humana.

Para superar el miedo a la muerte es necesario alimentar la esperanza. La esperanza es el oxígeno del espíritu humano; sin ella, el espíritu muere; con ella, podemos superar los obstáculos más complejos. La esperanza nace gracias a un sentido de conexión con el futuro.

Somos seres humanos en busca de sentido; esa búsqueda es la esencia de la humanidad. La eutanasia es la respuesta a una pérdida de sentido en relación con la muerte y su práctica aumenta esa pérdida. De nuestra capacidad de encontrar sentido a la vida puede depender también nuestra capacidad de encontrar sentido a la muerte.

Nada ni nadie pueden darnos la aprobación para asesinar a un ser humano inocente, ya sea un feto, un embrión, un bebé, un adulto, un longevo o un doliente en su irremediable desenlace final.

La Encíclica Evangelium vitae asevera que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana.

Algunos creen que la eutanasia es un derecho. Nada más falso de la realidad. Hay derecho a vivir, pero no a morir ni a matar. La cultura de la muerte es impropia de una sociedad civilizada. En ésta sólo cabe la cultura de la vida.

Por último, puedo afirmar que la eutanasia es una derrota personal de quien la teoriza, la decide y la practica.

Clemente Ferrer

clementeferrer3@gmail.com