Lo malo de la generación progre es que está envejeciendo. Ya hay mucho progre septuagenario y alguno, de conversión tardía a la fe progresista, cuenta incluso con 90 años. Pero su victoria cultural ha sido tan absoluta, que ahora son esclavos de su público y de los elogios que les tributan. Nada es más mortífero que el elogio. No es del caso citar nombres, porque resultaría cruel, pero me asombra esos científicos, escritores, teólogos y artistas que ya han sentido cómo la parca merodeaba por su puerta y que, en lugar de hacer mutis por el foro, hacia terrenos más esperanzados, una vez superada la enfermedad, siempre de forma transitoria, continúan vomitando todo su odio a la Iglesia de Cristo.

¿Qué les mantiene en esa cuerda floja? Pues, su público, que les crucificaría si se les ocurriera "traicionarles", es decir, arrepentirse y ser fieles a sí mismos y al sentido común. Y el público puede ser un negrero sin piedad alguna, pueden creerlo. La masa fuerza a su ídolo a que se manifieste con la crueldad de siempre. Y es tremendo, porque se están jugando algo más que el favor de su publico, que más que público es negrero. 

 

Eulogio López