Es el argumento esgrimido por el joven de nuestra historia, de 26 años de edad, el pasado miércoles 5, a eso de las 20,30 horas, en los alrededores de la madrileña estación de Atocha.

La historia es muy comprensible: dos religiosas del Colegio de Nuestra Señora de La Consolación iban a recoger a una compañera que viajaba de Zaragoza a Madrid. E iban vestidas con hábito, lo que ya revela ganas de provocar. Una actitud desafiante en estos tiempos de crisis provocada por los curas pederastas y las monjas roba-bebés, que hirió la sensibilidad del joven quien, sin mediar palabra -porque con cierta gentuza el diálogo es imposible- se vio obligado a arrearle una patada en la boca a la monja, de 84 años de edad, quien se desplomo al suelo y ya no se levantó más.

Pero los jóvenes progresistas españoles no huyen: asumen su responsabilidad. En lugar de marcharse se dedicó a insultar a la sinsentido y a su consciente acompañante, con la conclusión antedicha: "Es que estas monjas...".

La religiosa fue hospitalizada y su estado es de extrema gravedad. Pero está claro que ella se lo buscó. La paciencia del pueblo tiene un límite y la opresión católica sobre el pueblo merecía una respuesta adecuada.

La reacción general entre la clase política y los medios informativos ha sido ejemplar: respetuoso silencio sobre los hechos. Los medios lo han tenido más difícil que los políticos, porque los medios se dedican a contar lo que sucede. Entonces se ha recurrido a la prudente táctica de hablar de acceso de locura. Antes de conocer los pormenores ya conocemos, según los diarios, que fue una locura, probablemente una enajenación mental transitoria.

Por ello, de ningún modo, insisto, de ningún modo, debemos interpretar este hecho como un síntoma de anticlericalismo institucional o popular. Se trata de un hecho aislado que nada tiene que ver ni con la atmósfera dominante. No agitemos el 'espantajo anticlerical'. Vivimos en una democracia pluralista donde los católicos no sólo son respetados sino financiados y mimados por el resto de los ciudadanos y las instituciones políticas. Además, la monja agredida -aún no sabemos si con razón o sin ella- fue trasladada al Gregorio Marañón, un hospital, no lo olvidemos, de titularidad pública, esa sanidad de todos que la derecha -es decir, la Iglesia- trata de asfixiar económica y socialmente.

Y en cualquier caso, considerando que el atacante era un varón, y la atacada una mujer -sí, está demostrado científicamente: las monjas son mujeres, aunque de inferior categoría- la aversión siempre podrá engrosar la lista de víctimas de violencia de género, aportación estadística de alto interés.

Sí, la religiosa fue agredida con un puntapié en la mandíbula, algo reprobable: ¡Pero es que estas monjas...!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com

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