Considerando que era el ministro de Sanidad, es decir, el ministro del ramo, cuando en 1985 Felipe González inauguró la era del aborto en España, la cosa tiene su aquel.

Lo he descubierto en el libro Ángeles en la Tierra, una pequeña joya que se lee con reconcomio y satisfacción a un tiempo, sobre casos difíciles de aborto. Como parte del libro, los autores, un matrimonio, han entrevistado a la presidenta de Adevida, Teresa Segura, que es quien cuenta la anécdota. Miembros -y miembras, que diría la ministra Bibi-se-ha-ido- se presentaron en aquel año desgraciado en el Congreso de los Diputados y comenzaron a colocar pegatinas en defensa del no nacido: Si amas la naturaleza, si amas la belleza, ¿por qué más al niño? Es el rey de la naturaleza?. De uno de los vehículos acosados salió un hombre a la que la presidenta de Adevida no reconoció, que, en lugar de exigirle que respetara su automóvil, le advirtió: Si mi madre viera lo que están haciendo ustedes seguro que lo aprobaría. A lo que Teresa respondió que entonces, no aprobara la ley.

-¿Y cómo no voy a hacerlo si soy el ministro de Sanidad?

-Pues al menos -atajó Segura- no se manche las manos, no asista, y así su voto no contará.

Al parecer, fue exactamente lo que hizo. Pues en las actas no figura su voto. Años después, Ernest Lluch sería asesinado por ETA.

Sé que no es suficiente, pero llama la atención. Recuerden que cuando Eugenio Nasarre votó en contra de las leyes de fecundación in vitro y de Investigación Biomédica, de la vegetariana ministra de Sanidad Elena Salgado, fue expedientado por su partido, que no era el PSOE, sino el PP. Y es que nos hemos vuelto todos de lo más progresista.

Eulogio López

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