Un año después de que en 2011 se anunciara una procesión atea prevista para el Jueves Santo de ese año por las calles de Madrid, la Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores (AMAL), la Asamblea Vecinal la Playa de Lavapiés, el Grupo Anarquista Volia, el Grupo Anarquista Albatros y La Tetera de Russell han convocado un nuevo intento de manifestación para el Jueves Santo de este año 2012 bajo el lema: «No más privilegios: de mis impuestos a las iglesias cero».

En aquella ocasión, en la que no pudieron exteriorizar sus inconformidades en el día requerido, ya que la Delegación del Gobierno en Madrid no vio prudente la fecha propuesta, tuvieron que conformarse con exhibir su descontento el 13 de mayo del mismo año, con una manifestación plagada de insultos e improperios hacia la religión, los creyentes y la Iglesia católica por las calles de la capital, alegando con ello un supuesto derecho de "libertad de expresión". Ciertamente, se hallará ante un solemne absurdo quien quiera encontrar la lógica en la argumentación del que considera como "libertad de expresión" gritar a voz en cuello blasfemias contra Jesucristo y la Virgen María, así como proponer la quema de iglesias y de la Conferencia Episcopal e insultar a los sacerdotes, obispos y al Papa (cf. HazteOír 14.03.12). Todo esto, camuflado en una supuesta intención de no querer "atacar las creencias de nadie".

Igualmente es difícil entender que se proteste, como es el objetivo de este año, por la financiación de la Iglesia a través de los impuestos, cuando la realidad es que son los mismos creyentes quienes libremente marcan la casilla de la Iglesia (cf. ABC 16.02.11); cosa que no sucede con otros organismos públicos y privados, para los que el Estado descuenta directamente el dinero.

Es curioso también que no se mencione que en España, la Iglesia ha ahorrado al estado 30.000 millones de euros con sus actividades sociales, educativas y caritativas, frente a los escasos 253 millones que recibe de las declaraciones de la renta de los contribuyentes (cf. Zenit 18.06.10). Cabe destacar que durante la JMJ de Madrid se escucharon las mismas quejas, a pesar de que este macro-evento dejó 215 millones de ganancias en Madrid, incrementando también en 199 millones de dólares el Producto Interno Bruto de la región (cf. ACI 26.10.12).

Es sabido que en cualquier discusión, recurrir a los insultos y a las injurias desvela la pobreza de argumentos que se defiende, ya que al no ser capaz de demostrar su veracidad, algunos pretenden imponerse a base de intimidación. El que ofende demuestra la debilidad de su posición, el temor, la falta de verdad. Gritar más enérgicamente no da la razón ni hace a nadie propietario de la verdad.

Por lo demás, gran parte de la mofa que se hace hoy en día de la espiritualidad y de la religiosidad como falta de racionalidad es expresión más bien de una incapacidad de comprensión del hecho religioso en una mente embotada por el materialismo y el hedonismo.

Hechos como este, sin embargo, deben llevarnos a conclusiones mucho más profundas que aquella según la cual "ladran, luego, cabalgamos". El entonces Cardenal Ratzinger, refiriéndose a esta situación, decía lo siguiente: "Las polémicas contra la Iglesia no serían tan fuertes como son si no existiese en este momento un desafío real frente al escepticismo, desafío percibido como un punzón en la carne, una espina clavada que no puede simplemente ignorarse. La fuerte oposición existente hoy en algu­nos llega incluso a la exasperación contra la Iglesia, como ocurre en algunos casos en los medios de comunicación […] Sin embargo, esta oposición demuestra que no se puede negar la importancia del mensaje de la Iglesia, que tiene su fuerza a pesar de que no se acepte" (J. Ratzinger, Ser cristianos en la era neopagana, Planeta, Barcelona 2011, p. 68. La negrita es mía).

Es molesto que alguien con su doctrina te esté recordando que vives en el error y que vas por mal camino cuando en el fondo no quieres abandonarlo. Como decía un famoso teólogo estadounidense converso del calvinismo: este Dios omnipotente y omnisciente es tan incómodo a la conciencia humana que hemos optado por idear el ateísmo. "Si Dios existe, en todo caso inventaríamos el ateísmo. Y lo hemos hecho" (Scott Hahn, La fe es razonable, Rialp, Madrid 2008, p. 65).

Procesiones ateas, templos ateos (cf. Se desata la polémica por la construcción de un «templo del ateísmo» de 46 metros de alto en Londres 12.01.12)… parecen ser más bien manifestaciones de un desconcierto de quien no logra entender la felicidad genuina que alberga en su corazón el creyente que puede decir con el alma "Creo en un solo Dios… Creo en un solo Señor, Jesucristo… que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". Y la perplejidad llega a su culmen al darse cuenta de que esta religión que parece ser obsoleta para algunos, sigue siendo la respuesta a los interrogantes esenciales del hombre.

G.K. Chesterton, un autor inglés al que le sobraba sentido común y para quien ser católico no significaba dejar de pensar, sino más bien aprender a hacerlo, decía: "La exaltación que rodea al ateo poco tiene que ver con el ateísmo, ya que no es más que una atmosfera de teísmo irritado y agitado, una atmósfera de desafío, no de negación. […] Tanto jaleo a cuenta de la blasfemia y sus efectos meramente estéticos, para que después todo se desvanezca en su propio vacío. Si Dios no existiera, no existirían los ateos" (G.K. Chesterton, Por qué soy católico, El buey mudo, p. 45).

La tristeza de un católico ante este tipo de acontecimientos no debe provenir tanto de las ofensas en sí mismas, sino más bien del hecho de que son expresión de la profunda soledad que embarga la vida del hombre incapaz de creer, del hombre que no posee en su corazón la luz de la fe. Dostoyevski, quien sufrió en carne propia el infierno de una ideología que intentó liquidar a Dios, afirmaba con razón que vivir sin Dios no es más que un tormento, y que el hombre no puede vivir sin arrodillarse, nadie podría soportar tal cosa, no habría nadie capaz de sufrirlo (cf. Los endemoniados, tomo II, p. 350).

La respuesta justa del creyente al hombre de hoy que se enorgullece de su indigencia de Dios y de su ateísmo, no puede ser la del "ofendo porque me ofenden", sino más bien la de testimoniar con la propia vida que el hombre no es producto de una evolución, sino más bien de una Revolución: el amor de Dios hecho Hombre.

 

Por Jesús David Muñoz, L.C.