¿Saben ustedes por qué se palpaba ese ambiente tan tenso como inane en el archiesperado debate parlamentario sobre Cataluña Pues porque se hablaba de derecho de autodeterminación y esto es un callejón sin salida.

Lógico, el independentismo catalán, o cualquier otro independentismo, no habla del Estado de Derecho sino del tamaño del Estado. Esto es, no hablamos de derecho, hablamos de poder. El político que quiere independizarse y el que no  quiere que una parte del país se independice buscan lo mismo: ganar poder o no perderlo.

El mundo de los principios y el mundo de las identidades. Ese es el problema de la humanidad actual: que ya no le importan los principios pero está pendiente de su identidad, sea como miembro de un país o de un club de fútbol. Quizás hemos celebrado demasiado pronto la muerte de las ideologías, dado que con ellas también parecen haberse muerto las ideas.

Por eso el portavoz nacionalista vasco, Aitor Esteban, un partido más de  derechas que Franco, se hermana con el comunista Joan Herrera, uno de los tres 'enviados’ por Artur Mas al Congreso de los Diputados. Lo de menos es que sean vascos o catalanes, de izquierdas o de derechas. Lo de más es que su identidad les lleva a la hispanofobia. Juntos frente a un enemigo común, aunque la patria catalana de Herrera es la dictadura del proletariado y la patria euskaldún de Esteban sea la oligarquía vasca.

Pero lo más importante es que los nacionalistas catalanes disfrutaron de lo lindo: eran el centro de atención de todo el país, de todas las cámaras de TV, y eso era lo importante. El nacionalismo catalán es narcisista. No  quieren la independencia, prefieren que se la nieguen para poder seguir siendo el centro de atención.

El nacionalismo vasco tiene otro tinte distintivo: la soberbia vasca. Esteban recuerda que sólo un 30% de los vascos votaron la Constitución, lo que a él no le impide cobrar del Parlamento español, nacido de esa Constitución y configurada según su esquema de Estado. De paso, amenaza, no con cambiar la Constitución, sino con infringirla, que no es lo mismo.

El no va más fue con Duran Lleida, quien aseguraba que el referéndum convocado por la Generalitat no era para independizarse sino para saber qué opina el pueblo catalán. Pues para eso, haga usted una encuesta, señor mío.

Luego tenemos al PSOE de Rubalcaba. A los socialistas lo que les caracteriza es el cainismo. El PSOE, como todos los partidos de impronta marxista o socialdemócrata, han sido, desde el amigo Lenin hasta aquí, ferozmente centralista. Por eso propone una España Federal, que es la que ya tenemos y la que no quieren ni los nacionalistas vascos ni catalanes: ellos se sienten diferentes, nada de café para todos. Pero, eso sí, no deja de arremeter contra el PP ni tan siquiera cuando su postura, como en el asunto de la unidad de España, coincide al 100 por 100 con el PP. Todo vale para el PSOE con tal de recuperar el poder.

¿Y qué me dicen de Rajoy (en la imagen), un político tan apasionado que aseguró amar a Cataluña ¡Qué cursi, madre mía! Si Rajoy hubiera subido a la Tribuna para decir que él cree en la unidad de España y que no está dispuesto a que le quiten su Cataluña todo el mundo le hubiera entendido aunque no le hubiese compartido.

Rajoy grita: catalanes os amo. Pero, hombre, a ningún Narciso le basta que le digan lo que quiere, exige no sólo atención permanente sobre su persona sino, además, reconocimiento de culpa por parte de sus adoradores: nunca le adoran lo suficiente. El narciso no conoce límites.

Y esto le pasa a don Mariano por tibio. La marca del PP -mire si no su peculiar defensa del derecho a la vida- es la tibieza.

El narcisismo no tiene fin y la soberbia no tiene principio. No quiere que le admiren, quiere hacer daño. Como el vasco Aitor. Y ante lo uno y lo otro, señor Rubalcaba, de nada sirve la España Federal. El nacionalismo vasco y el catalán no quieren una España federal porque eso sería suponer que él es lo mismo que el gallego, el castellano o el andaluz. Y él no es lo mismo. Es claramente superior. Narcisos y soberbios lo que quieren es quejarse.

Por lo demás, el Estado de las autonomías ya es una España federal allí donde no debe serlo: simbologías, banderas, lenguaje. Y no lo es donde a lo mejor no debería serlo: el reparto de poder entre unidades más cercanas a la persona, como ayuntamientos, provincias o comunidades.

Ni el soberbio ni el narcisista tienen límites. Si mañana se firma un convenio económico entre Madrid y Barcelona, al día siguiente Artur Mas estaría exigiendo que los coches lleven matrícula de CAT y quejándose de que Madrid no les mima lo suficiente.

¿Qué va a pasar Nada o todo. En principio nada. Cataluña no se desvinculará de España y los nacionalistas catalanes seguirán diciendo que España les roba. Pero también puede pasar todo y 'todo' es una guerra civil. Digo guerra abierta, porque en el guerracivilismo cainita ya vivimos.

La causa de esa presunta y no deseada guerra civil no es el separatismo catalán, aunque no ayuda a evitarla, sino la descristianización de la España cristiana y la pérdida de su sentido moral (de sus valores, como decimos ahora). No es casualidad que muchos catalanes y vascos hayan convertido su ideología en una religión, su 'identidad' nacional en su credo, su nacionalismo en su dios. Han subvertido su cristianismo, algunos para hacer de cristófobos; otros, simplemente, para adorar a su nuevo ídolo. Y en el resto de España.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com