El único avance de la XV Cumbre Iberoamericana celebrada en Salamanca hacia la creación de una unidad supranacional hispana que de eso se trata, por si alguien lo había olvidado- ha consistido en elevar a un famoso a la Secretaría Permanente de la Comunidad Iberoamericana, para proporcionar a este organismo, la primera institución panhispana, un empaque del que hasta el momento, carecía. Los costes los pagará España, naturalmente, y como nuestro país tiene a un insensato como Presidente del Gobierno, ni tan siquiera se ha preocupado de fijar la sede (hasta ahora era Madrid, aunque nadie se haya enterado).

Y la persona es el uruguayo, de origen asturiano, Enrique Iglesias. Famoso es, desde luego. Uno de esos funcionarios especializados en multilateralismo, que lleva viviendo desde la multilateralidad desde hace más de 20 años y que, a costa de la redicha multilateralidad, piensa vivir otros más. Iglesias consiguió su primer éxito curricular como ministro de Asuntos Exteriores de Uruguay. En 1985 ya se había subido al carro de Naciones Unidas, el más lucrativo para un funcionario, en uno de cientos de cargos sin contenido que posee la ONU: secretario ejecutivo del Organismo en la Comisión económica para Latinoamérica y el Caribe. Un cargo en la ONU es tener el cocido asegurado para mucho tiempo, viajar en primera y dormir en hoteles de lujo. No hay llevar dinero en metálico en el bolsillo.

Más tarde, Iglesias se convirtió en el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, otro de los instrumentos financieros internacionales ligados a la ONU: el chollo entre los chollos. Además, cuando te conviertes en un funcionario multilateral, no lo dudes, te salen sobresueldos a todas horas. Por ejemplo, d. Enrique presidió la Ronda de Negociaciones Comerciales de 1986.

Ahora bien, como ocurre con la mayoría de los estadistas del Nuevo Orden, sus más sonadas realizaciones, las que le convierten en alguien importante, financiado por la derecha y alabado por la izquierda como un filántropo, no suele figurar en los historiales de agencia. Por ejemplo, Iglesias fue uno de los impulsores de la Comisión de Gobernabilidad Global, uno de los muchos inventos ONU (Carta de la Tierra, Parlamento Verde, Asamblea de ONG, etc.) y que como su mismo nombre indica, pretende lo de siempre: un nuevo orden mundial, cuya realización suprema es un Gobierno Mundial. Y, mientras el premio gordo no se obtiene, se conforman con conseguir que todos los Gobiernos caminen en la misma dirección, bajo un asomo de pluralismo que, a los mentores del Nuevo Orden les produce mucha risa. En la gestación de la Comisión de Gobernabilidad Global, junto a Iglesias, intervinieron el costarricense Oscar Arias, Willy Brandt, el entonces primer ministro de Suecia, Ingvar Carlsson o el último canciller ruso de la Perestroika, Eduard Shevardnadze y, cómo no, la mayor entusiasta del aborto mundial, la ex primera ministra noruega y víbora mayor del reino de la Organización Mundial de la salud, Gro Harlem Brundtland.

Los masoquistas que siguen mis artículos saben que soy más adicto a la teoría del consenso que a la teoría de la conspiración, en la convicción de que el consenso, lo políticamente correcto, es mucho más peligroso que la conspiración y que, en la sociedad de la información, todo consenso representa una peligrosa conspiración basada en los dos instrumentos que han utilizado los conspiradores de todas las raleas para fastidiar a las mayorías, desde que el mundo es mundo : el elitismo y el secreto. Fíjense si el consenso del Nuevo Orden Mundial, que de él estoy hablando, ha llegado lejos en su elitismo, que hasta resulta políticamente incorrecto hablar del pueblo, y tenemos que hablar de naderías tales como la ciudadanía, la mayoría silenciosa y otros majaderías semejantes.

Hubiese sido estupendo mojarle la oreja a Estados Unidos y aun más estupendo encarcelar a Fidel Castro en Madrid (¡el primer tirano en activo enrejado en nombre del nuevo derecho internacional, y encima dictador de izquierdas, cuanta felicidad!). Pero resulta mucho más preocupante que la neonata Comunidad Iberoamericana de naciones se ofrezca a Enrique Iglesias, todo un adelantado del Nuevo Orden Mundial (NOM), a cuyo lado, las hazañas de un tirano insepulto como Fidel, es cosa de risa. Sé que esto dolerá a los cubanos, que le sufren muy de cerca, pero créanme: la libertad en el mundo no la menaza un decrépito Castro, sino gente como Iglesias, convenientemente alineado con los grandes poderes económicos políticos del planeta, que operan en todos los Gobiernos y que adoptan mil nombres y formas, tanto privadas como públicas: Naciones Unidas, Banco Mundial, Club de Bilderberg y sigan ustedes contando.

Eulogio López