Leo las declaraciones de un conocido historiador: Este Papa ha entrado en cuestiones donde no se han atrevido sus antecesores.

Naturalmente, nuestro hombre se refiere a la pederastia y, considerando que el antecesor inmediato de Benedicto XVI estuvo 27 años en el cargo, cabe sospechar que nuestro hombre está acusando a Juan Pablo II de hacer la vista gorda ante los casos de pedofilia o de efebofilia por parte de algunos curas miserables. Porque no se estará refiriéndose a Pablo VI, digo yo, que ejerció el ministerio petrino cuando lo único que sabíamos de la convivencia con críos era aquello de que quien con niños se acuesta..., que los más cursis traducían por quien con infantes pernocta, excrementado alborea.

Nuestro historiador es evangélico, por pura casualidad, claro está, y le molesta, no sólo la autoridad del obispo de Roma, sino la mera existencia de un guardián de las esencias de la autoridad dogmática, tan opuesta al famoso libre examen de los protestantes.

Hay que ser, como les diría, un poquito cabrón para enfrentar a dos papas en asunto tan delicado. Nuestro hombre, seguramente un ecuménico de pro, deseoso de superar las diferencias entre hermanos, responde al espíritu del viejo chiste: Oye, cara culo, ¿tienes el libro de cómo hacer amigos?.

Cualquiera que lea la prensa sabe que Karol Wojtyla afrontó la pederastia clerical de frente, y que las mayores broncas las echó a los clérigos. La campaña contra la Iglesia, que exagera la pringosa cuestión, ha servido para que Benedicto XVI avanzara un paso más en la misma decisión de su predecesor. Y ojo, que este estupendo pontífice, al constatar que las acusaciones eran parcialmente ciertas e incluso más extendidas de lo que creyera Wojtyla, ha tenido que tomar una decisión tremenda: la de poner a los sacerdotes culpables, es decir, a sus propios hijos, en los tribunales. ¿Qué padre o madre pondría a sus retoños ante los tribunales lo que, en el presente caso, supondría ponerlos ante el verdugo? Durante casi toda la historia, la Iglesia, sabedora de la injusticia de los tribunales civiles, ha preferido, cuando ha tenido oportunidad, mantener su propio fuero. Benedicto XVI, para escándalo de muchos católicos, ha decidido romper con la historia y, ante la gravedad de los hechos, delatar a los suyos.

Creo que ha hecho bien pero, jo, lo que le ha debido costar tomar esa decisión. Juan Pablo II no podía hacerlo, primero porque no sabía lo que sabe Benedicto XVI y segundo porque prefirió apelar a la conciencia, con broncas y poniendo coto allí donde pudo, así como evitando la propagación del mal. La Iglesia no tiene cárceles, ni pabellones de fusilamientos, ni policía represora, ni verdugos.

En cualquier caso, si peligroso es cederle jurisdicción a los tribunales civiles, aún más peligroso es invocar a un pontífice frente a otro. Eso raya en lo temerario... o en algo peor.

Cinco años de magisterio de Benedicto XVI han demostrado que el Papa actual ha afrontado el problema -tan real como espurio- conforme a las exigencias  del tiempo que le ha tocado. Lo mismo hizo Juan Pablo II, aunque algunos prefieran compararles, es decir, enfrentarles.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com