El déficit de tarifa amenaza al sector y las remuneraciones de la energía verde se hacen insostenibles

"Yo no he sido, pero sí he sido yo, podemos negociarlo". La frase pronunciada por el ministro de Industria, Joan Clos, al acercarse a un grupo de empresarios que se lanzaban pullas en un foro público, muestra el talante del responsable de energía del Gobierno Zapatero.

La política energética del Gobierno ha conseguido lo imposible: unir a todas las compañías eléctricas en su contra. A estas alturas ya no puede hablarse de política buena o mala, sino de política cambiante. Por razones electorales, Zapatero ha vendido energía verde. Ahora bien, la energía eólica y la solar resultan carísimas para el erario público y no aseguran el suministro. A eso se une que la tarifa de la luz no subirá, por razones electorales, más que el IPC, una manera de engañarnos a todos, dado que ello provoca un déficit de tarifa que, a la postre, pagaremos en los próximos años.

Sin embargo, el Gobierno se ha pillado los dedos. Y así, el déficit de tarifa previsto para 2008 no hace más que aumentar, y ya se aproxima a los 5.000 millones de euros. El susto ha sido tan grande que en el último tramo de legislatura el Gobierno ha utilizado el Real Decreto Ley de Emisiones de CO2 para cambiar las reglas del juego y endosarles más costes a las compañías eléctricas. En resumen, no se trata de discutir la política energética del Gobierno, sino exigirle que no la cambie a conveniencia cada dos por tres.

Ahora ya se especula con la posibilidad de que se reforme el mencionado decreto, una vez más, y de que se modifique a la baja la remuneración de la energía solar.

Además, la presión del déficit es tan fuerte que la luz subirá el IPC hasta las elecciones, pero el mismísimo 31 de marzo, primera actualización trimestral tras el paso por las urnas, el gobierno tiene previstas fuertes subidas de la factura de la luz.

Y de postre, la energía nuclear: ahora el muy verde ZP descubre que es más necesaria que nunca y que no se puede prescindir de ella. ¡Y que viva la improvisación!