Sr. Director:
El sacerdote de mi diócesis Carlos Mauricio Castelló, en su "carta al director" publicada el miércoles 22 de septiembre en "Hispanidad", afirma que "¿no es mucho más exigente el Señor en sus palabras que recoge Mt. 25 respecto al juicio sobre la caridad que todos los documentos que pueda sacar una organización como la ONU basada en equilibrio de fuerzas, en lucha por intereses y en presiones ocultas?

 

Una cosa es el diálogo con el mundo, o mejor dicho, con las personas que están en el mundo, y otra es meter el mundo en la Iglesia.

Se refiere al "tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a verme".

Los "objetivos del milenio" inciden en estos aspectos (así, erradicar el hambre) pero, ¿qué pasa si la ONU los interpreta de forma errónea?

Entiendo que si las organizaciones cristianas están dentro, también pueden denunciar desde dentro (además de "desde fuera") los errores que puedan producirse.

Además, el Estado Vaticano también forma parte de la ONU. ¿Está insinuando Carlos Mauricio Castelló que el Vaticano debe salir de la ONU? Según el argumento, debería salir, pues la ONU está "basada en equilibrio de fuerzas, en lucha por intereses y en presiones ocultas".

Obviamente, esto llevaría a un aislamiento, a mi entender impensable en el siglo XXI. Y el Vaticano puede hacer, y hace, mucho bien en la ONU (y fuera de la misma).

Como dice el Concilio Vaticano II, Constitución "Gaudium et Spes": "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón... La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia".

Por otro lado, tradicionalmente se consideraba al "mundo" como un enemigo del alma. Esto ha sido matizado por el Concilio Vaticano II:

"La Iglesia, aunque absolutamente rechaza el ateísmo, reconoce, sinceramente, que todos los hombres, sean o no creyentes, deben habitar en común un mismo mundo, y que todos deben colaborar en su debida edificación. Lo cual, ciertamente, no se podrá hacer sin un sincero y producente diálogo.

A los ateos, por su parte, les invita a que consideren el Evangelio de Cristo con sinceridad de corazón".

Javier García Campá