¿Cuánto hace que no escuchan ustedes la palabra marica? En público, nunca jamás, pero en privado casi tampoco. Y la omisión es buena, dado que la palabra se ha empleado siempre como un insulto. Ahora bien, por muy bueno que sea no deja de resultar ilustrativo de la policía del pensamiento que nos controla, y que no está regida por la teoría de la conspiración, sino por la teoría del consenso, de lo políticamente correcto, que controla hasta nuestras expresiones.

La teoría del consenso controla toda nuestra vida política y social. El jueves, España se convirtió en el tercer país del mundo, tras Holanda y Bélgica, donde las convivencias homosexuales tienen rango de matrimonio y donde gays y lesbianas podrán adoptar. Lo que los franceses discuten, en la izquierda y la derecha con denuedo, lo que los italianos quieren ocultar, lo que los degenerados británicos intentan obviar, lo que los alemanes consideran una bestialidad... se aplaude en España.

Y lo que es peor: nadie dice nada. Los enloquecidos multimedia nacionales aplauden con ganas la medida, mientras el Lobby gay convierte Madrid (el que quiera verlo, que viaje en metro) en casa de lenocinio, sólo que homo.

Nuestro Mr. Bean progresista, el Presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero, ignorante, insensato, rencoroso y absolutamente enloquecido, no conoce límites: el muchacho está que lo borda. Y hace bien: las encuestas del CIS nos dicen que cada vez hay más gente que desconfía de la  capacidad del Presidente, pero al mismo tiempo, votarán al PSOE para fastidiar a José Mª Aznar.

Intentemos verlo con un poquito de frialdad. A fin de cuentas, ¿tan importante es lo del el matrimonio gay? ¿Cuáles son las consecuencias de esta generalización rosa y un poquito marrón (como diría Camilo José Cela, esto se llamar tomar por el culo, al que siempre se ha adscrito un determinado tinte cromático)? Pues son tres:

1. La primera es la desaparición de la raza humana. Resulta gracioso lo de la adopción homosexual. Por mucho que adopten, a sus adoptados los habrán parido los heterosexuales, esos tipos anticuados.

2. La segunda consecuencias es que el imperio de la homosexualidad lleva a la pedofilia. A fin de cuentas, hablamos de distintas fase degenerativas. Insisto : la pederastia es abrumadoramente homosexual. Porque claro, ¿Dónde está el límite? En breve comenzaremos a oír hablar de la libertad sexual del menor: al tiempo.

3. La tercera es el incesto, quizás el virus destructor de la familia, que es la base del compromiso humano, es decir, la célula de resistencia a la opresión.

Por tanto, se trata de tres pequeños detalles y en ningún caso deben preocuparnos en exceso. Y no nos preocupan, porque lo cierto es que apenas se levantan voces para que pregunten en voz alta si en España nos hemos vuelto todos idiotas o si sufrimos de enajenación transitoria. En España nunca pasa nada. El progresismo ha alcanzado su grado máximo de chifladura y camina alegre por las cloacas.

Por su parte, al Conferencia Episcopal Española ha emitido un comunicado que se me antoja suave. Es igual, su voz se silencia todo lo posible, desde fuera e incuso desde dentro de algunas instituciones o medios presuntamente próximos al Cristianismo. Ha sido desde El Vaticano desde donde ha llegado la alarma (no me extraña que la progresía española la haya cogido con el nuevo Papa): coherencia. El cardenal López Trujillo ha recordado a los políticos católicos, por ejemplo a los alcaldes, que no pueden bendecir un matrimonio entre homosexuales. Por ejemplo, el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, del Partido Popular, ya ha dicho que él no tiene ningún problema en casar a quien haga falta. Y eso a pesar de que Gallardón no quiere ser Papa, sólo Presidente del Gobierno. A partir de ahora, quien vote a Gallardón ya sabe lo que está votando.

En el PP, la diputada y ex ministra de Aznar, Celia Villalobos, también ha votado a favor del matrimonio gay al igual que todos los grupos nacionalistas de la Cámara.

Entonces, ¿por que nos extrañamos? Ya lo dice el viejo aforismo : cada pueblo tiene el Gobierno que se merece. Es muy duro pensarlo, pero los españoles, siempre tan cívicamente cobardes, nos merecemos a Zapatero, a Gallardón y a la Villalobos. Aunque no sé si por ese orden.

Eulogio López