Sr. Director:

Quiero mediante unas sencillas líneas vindicar el derecho de toda persona humana a ser tratada como los demás. El derecho de toda persona humana a tener los mismos derechos y obligaciones que sus semejantes. Creo que el más maravilloso don con el que nace toda persona humana es la libertad. Algunos dirán que no es cierto, pues muchas personas viven en regímenes donde no se respeta la libertad o en ambientes en donde no se les deja vivir libremente. Pero es que yo no me refiero a la libertad de movimientos o a la libertad de expresión. Ambas son buenas y deberían darse en todo el orbe, pero es que nadie puede quitarnos la libertad de pensamiento. Podrán torturarnos y mediante sofisticadas técnicas hacer que nuestra mente se nuble o cosas peores; pero es que entonces ya no somos nosotros, seremos lo que ellos quieren que seamos. Nadie puede quitarle a nadie la libertad de pensamiento, la cual considero yo la más sagrada de las libertades.

Hace poco escuchaba a una persona que había estado secuestrada 9 meses, como le decía a su carcelero que él no era quine decidía quitarle la vida sino que era Dios, pues si era de Dios que entonces se la quitara lo sería porque así lo hubiera querido Dios. ¡Cuánta razón! Ahora estamos unos y otros agrediéndonos verbalmente con ocasión de la pretensión de equiparación de las relaciones personales entre homosexuales con las de los matrimonios heterosexuales, es decir, entre un hombre y una mujer. Vamos camino de que se prohíba cualquier manifestación pública -so pena de ser calificada como delito- de crítica en contra de tales uniones. Pero la libertad de pensamiento no me la quitan, por más que quieran. 8 años de esplendor económico facilitaban el olvido de lo importante y el actual Gobierno tiene como santo y seña provocar, tensar y dar a entender que les votaron 40 millones de españoles. Saben que no fue así pero nunca lo reconocerán.

En la actual sociedad se ha perdido el sentido del perdón y más aún de la rectificación. Sólo las mentes libres prevalecerán. Sólo quienes tienen clara la dimensión del ser humano, de todo ser humano, saben que deben comprender y querer a todos, como Juan Pablo II nos enseñó durante tantos años, y sin que ello nos impida en uso de la libertad de pensamiento decir cuanto queramos, aun a costa de la propia vida, pues si no somos libres ¿qué somos? Hemos llegado a confundir -con toda intención por quienes aún son capaces de pensar; lo que excluye, obviamente tanto a ZP como a su vicepresidenta, claro esta, y a la cúpula del PP que considera mas importante lo acontecido en el País Vasco que en el Congreso- hasta lo elemental. Hemos llegado al punto de que nadie en la esfera política se atreve a tener convicciones y ahora sólo se tienen opiniones (es curioso oír a Durán y LLeida en el Congreso y luego ante su partido : ¡¡y es la misma persona!!). Quienes tienen convicciones, en este país, callan. Llevan mucho tiempo callados y ya no saben cómo se habla. Tienen miedo a quedarse solos y no saben que ya están solos, que los que los acompañan lo son sólo por inercia.

Sólo bajo la convicción profunda del reconocimiento del ser humano, de la persona, en toda su extensión, física y trascendente, podremos querer de verdad a todos nuestros semejantes y entender que no se puede pretender la igualdad, la equiparación en lo desigual. Reconocernos como lo que somos cada uno nos permitirá respetarnos. Si uno es homosexual no es heterosexual -aunque pueda parecer obvio hay que decirlo- y por lo tanto no podrá pretender ser como lo que no es y viceversa. Y lo que tiene uno no tiene porqué tener que tenerlo el otro. Ello en sí mismo no es una injusticia ni un menosprecio, es conocerse y reconocerse. Hemos estado muchos años -siglos- despreciando a quienes han sufrido la enajenación social por ser diferentes (lo son ¿no?... acaso no tienen un día dedicado a su condición; no lo tendrían sino fuesen diferentes) Hemos faltado personalmente (es fácil echar la culpa a la sociedad, pero esta la formamos todos y, por tanto, son culpas personales, no sociales) a éstos. No lo dicen, pero lo saben; fueron los primeros en sufrir el azote del SIDA y las monjas católicas de New York las primeras que desde entonces les acogieron con cariño, con comprensión, junto a su libertad de pensamiento que les ha permitido hasta hoy seguir siendo lo que son sin tener que renunciar a serlo. Los gobiernos accidentales, sólo deseosos de seguir difundiendo el mundo capitalista -por mucho que digan otras cosas- sólo saben vender condones. Nunca han podido vender cariño y comprensión a los homosexuales.

Sólo desde la Fe se les ha acogido, como hijos de Dios, por eso a veces hay tanta rabia hacia quienes les acogen. Porque tales en su libertad de pensamiento no dejan de advertirles sobre la desviación de su conducta, mientras que quienes presuntamente les defienden, les sustentan económicamente, huyen de ellos como apestados. Podrán conquistar metas coyunturales. No se si el fútbol profesional tendrá finalmente que admitir a mujeres. No sé si la Constitución del 78 exigirá en su artículo 2 una obligatoria alternancia al frente del Gobierno a tres; una vez mujer, otra homosexual, y otra hombre. No sé si podré en breve tiempo escribir líneas como las anteriores; pero lo que pienso, eso no me lo quitan... ni muerto (es que algunos estamos convencidos de que la vida en la tierra es tránsito hacia el Cielo...ventajas de ser creyente).

Rafa Llorente