Sr. Director:

Hoy los editores literarios, los realizadores cinematográficos y televisivos en busca de fama y dinero acusan con irreverencia a cuanta institución resulte posible. Aprovechan la experiencia de los éxitos logrados mediante la aplicación de técnicas de propaganda y publicidad fundamentadas en conocimientos de la Psicología y las Ciencias Sociales, en tanto se amparan en los privilegios jurídicos de sus fueros de libertad de prensa y títulos de comunicadores.

De esta manera y por subalternos intereses así también resultan difamadas personalidades históricas de valía para la política y la cultura, provocando en oportunidades obligadas respuestas de desagravio de instituciones, asociaciones, fundaciones e individuos responsables que honran la memoria de los injuriados.

Periódicamente la señera Iglesia Católica Apostólica Romana aparece agraviada con preferencial dedicación, debido a que conforma junto al idioma y la voluntad política aspectos culturales vitales que caracterizan la existencia y potencialidad de los pueblos. Con la especuladora intención de atrapar la atención de la opinión de la población para finalidades de acción política o meramente comerciales, se estimulan intencionados cuestionamientos a fundamentales instituciones que aparecen acusadas de incumplimientos, de violaciones a sus propios principios o de transgresiones aún más abarcadoras.

Curiosamente si se presta cuidadosa atención a quienes son motivo de acusación y quienes los acusadores, se revela la impunidad con que actúan corporaciones noticiosas, emporios editoriales y entidades ajenas al interés patrio; debiendo tenerse presente que a pesar de sus declamadas intenciones de superación moral, progreso material y justicia, solo colaboran a la desintegración sociocultural por lesionar costumbres, tradiciones y valores compartidos.

La farsa se evidencia cuando las acusaciones nunca impactan en determinadas organizaciones o entidades, a pesar de que la fertilidad acusadora siempre es pródiga para cualquier crítica, sea política, económica, religiosa, ideológica y aún artística, tanto para el ámbito local como para el internacional. En cambio la Iglesia siempre ha recibido la atención de detractores que desde hace más de dos mil años insisten en calumniarla o al menos injuriarla.

Recientemente un programa televisivo difundido en agosto de 2004, presentado como Los misterios del código Da Vinci contó con la participación de escritores, periodistas, representantes de la cultura, sacerdotes y hasta un filósofo y matemático desarrollando apreciaciones del libro Más allá del código Da Vinci, que a su vez intenta fundamentar aspectos de la novela del escritor norteamericano Dan Brown titulada El código Da Vinci. Puede apreciarse en consecuencia que el programa trató esos misterios a partir de datos secundarios de otras fuentes secundarias en función de una novela que por moda y actual exceso semántico se pretende calificar como novela histórica: género que solo desarrolla fabulaciones de alto impacto emocional para el lector, sin otro fundamento que la ubicación temporal y espacial de su historieta, de por sí absurda para poder despertar el interés del público.

El autor consciente de su exceso se excusa pretextando : el secreto que revelo se ha susurrado durante siglos y agrega; espero que El código Da Vinci además de entretener sirva como una puerta abierta para que comiencen las investigaciones. Hábilmente también la producción televisiva expresa: El código Da Vinci es solo una obra de ficción con acertado marqueting y 40.000.000 de ejemplares vendidos, que sostiene su trama con documentos falsos, especulaciones y mentiras, o en realidad se trata de un libro que intenta revelarnos la verdadera historia de Jesús, María Magdalena, el Santo Grial y el cristianismo. ¿Dos mil años después?.

¡Exagerado propósito para una novela!, ¿verdad?; debiendo respondérsele al mercader anglosajón norteamericano que vender susurros por historia es estafar la capacidad intelectual de sus lectores, además de querer envilecer los profesionales esfuerzos de los verdaderos historiadores; tanto como que pretender investigaciones de un perverso entretenimiento es falta de respeto a la dignidad de la ciencia.

La Iglesia es fe, es creencia confesional, que expresa el ideal de la religiosidad del hombre occidental desde hace más de dos mil años. Su continuada existencia confirma la acertada interpretación de su propia realidad, no superada por ninguno de sus pocos pervertidos integrantes a través de los tiempos, ni por sus insidiosos oponentes, como tampoco por sus más furibundos enemigos.

Es posible entonces concluir que a pesar de que ellos acusan con información y desinformación según circunstancias, la Iglesia no expresa ni genera dudas de su obra: su misión son misterios teológicos; no novelas.

Claudio Valdez

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