Con las feministas me sucede lo mismo que con los abertzales vascos: ¿cómo se reproducen? Ayer han vuelto a salir a la calle contra el "patriarcado" del patriarca Gallardón y resulta que la única mujer agradable era la chica dibujada en la pancarta. No es que las feministas sean feas: son sólo desagradables, profundamente desagradables.

Pero ya he dejado de preocuparme: La respuesta a la pregunta ¿quién tiene moral suficiente para intentar procrear con una feminista?: las feministas no lo necesitan, no se reproducen. Al final del camino, todos sabemos que feminismo es lesbianismo, pero decirlo no resulta políticamente correcto y difícilmente demostrable pero evidente.

Y lo que es peor, el sentido común nos indica que el número feminista se ha extendido por el mundo a gran velocidad, más rápido que el VIH. El virus feminista tiene tres etapas. En primer lugar, des-moraliza a la inoculada, por ejemplo, en su abominar de la maternidad-; esa perversión la he hecho degenerar -el famoso paso de elfo a orco- y así llegamos a la mujer actual, bastante desquiciada. Y es que el soporte del amor es la entrega, y el feminismo brama contra la donación de uno mismo, que entiende como sumisión al otro.

El proceso es ineludible: el desamor produce degeneración y la degeneración termina al desquicie.

Este última etapa resulta bastante evidente: sólo tiene que contemplar en acción a la número dos del PSOE: Elena Valenciano. Con su fineza habitual, doña Elena ha dicho que no necesitan a ningún Gallardón guerrero del antifaz sino que lo que quiere "la mujer quiere ser libre para quedarse embarazada o no". ¿Y quién lo ha dicho? Esta debe ser otra consecuencia del virus: no sólo envilece sino que idiotiza.

Mire, señora Valenciano, usted a mí, varón, no me reduce al papel de semental. No es la mujer, sino ambos, mujer y varón, quienes deben decidir los hijos que tienen o el no tener hijos. Segundo: ni la mujer, ni el varón, tienen derecho alguno a abortar al hijo, entre otras cosas porque no le han pedido permiso al hijo, que es la víctima.

En este caldo de cultivo, las incomprensibles palabras del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón suenan a la vieja sentencia del senador José Prat: "siempre que un tonto asegura que dos más dos son seis y alguien le corrige asegurando que dos más dos son cuatro, surge un tercero, que, en pro de la moderación y el diálogo, acaba concluyendo que dos más dos son cinco".

Mire usted señor Gallardón: el aborto es un asesinato, el asesinato más cobarde todos. Déjese usted de palabros como el de violencia estructural contra la mujer, que sólo sirve para darle argumentos a los homicidas, es decir, las feministas. Proscriba usted todo tipo de aborto y ayude a la mujer embarazada, a la pareja embarazada, lo primero con un salario maternal, lo segundo desplegando todo el poder del Estado -en sanidad, vivienda y en obra social- para que el niño viva. Y si quiere reducir el número de abortos, no tiene nada más que obligar a la embarazada a ver y escuchar a su hijo en camino. Y lo demás es farfolla.

Es la cobardía de la derecha pagana desde 1985 la que ha provocado que las inoculadas por el virus feminista hablen de 'derecho al aborto' o de que se produzcan noticias como la pareja gaditana que condenó a muerte a uno de sus hijos y otorgó la supervivencia a otro… y resulta que los matarifes se equivocaron: mataron al blanco y dejaron al negro. Ahora andan en pleitos para que les indemnicen. Si yo fuera el juez les condenaba a galeras: a los padres no, a los médicos.

La vacuna de Gallardón, por cobardona, como siempre ocurre en el Partido Popular, no sirve para curar el virus feminista.

Eulogio López

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