Si algo no puede negarse a El último exorcismo es originalidad, desde el momento que está planteado como si se tratase de un documental que sigue los pasos de un reverendo protestante que hace trabajos extras como exorcista.

    Cotton Marcus es un farsante que se presta a ser filmado por dos periodistas en plena acción de sus dudosas prácticas para expulsar demonios. La última llamada la ha recibido de una familia que vive en pleno campo, en la América profunda. Allí un preocupado padre explica a Cotton que está convencido de que su hija adolescente, una dulce muchacha llamada Nell, está poseída y es la causante de todas las muertes de animales que se producen de forma violenta en su granja…

    El arranque de El último exorcismo capta el interés del espectador y su desarrollo todavía más cuando juega de forma certera al suspense de si estamos ante un desequilibrio mental o un caso real de posesión demoniaca. Todo ello, insistimos, narrado como si se tratase de un falso documental (al estilo de El Proyecto de la Bruja de Blair), donde tanto el reverendo descreído como los dos miembros de la televisión que le filman, añaden su propia perspectiva y comentarios al caso. Pero esta película prometedora dentro del género no está resuelta adecuadamente y cuenta con un final totalmente enloquecido que desmerece el conjunto.

    Una curiosidad; las extraordinarias contorsiones que realiza la muchacha cuando está poseída no necesitaron la ayuda ni de efectos digitales ni de dobles: la actriz que interpreta el personaje de Nell ( Ashley Bell) cuenta en la vida real con hipermovilidad o, lo que es lo mismo: un aumento exagerado de la movilidad de las articulaciones que le permiten estirar todo su cuerpo de un modo increíble…

Para: Los que vean todas las películas de exorcismos o los aficionados al cine de terror