Acabo de visitar uno de los santuarios marianos más famosos del mundo. Sillares anclados en la Historia, ajenas a las modas que van y vienen, porque ya han visto demasiadas. Cientos de años de conversiones y una advocación que se remonta a la sociedad cristiana de la Alta Edad Media, y más allá, hasta el evangelista San Lucas. Percibo mucha seriedad pero es sabido que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido (frase de Chesterton, no de Antonio Gala, campeones). Percibo en el santuario, y esto chirría más, una cierta lejanía por parte de esa guardia pretoriana de todo santuario (celadores, guías, responsables del apartado comercial, etc). Porque es esta legión la que se relaciona con el visitante más directamente, no los sacerdotes que habitan el monasterio anexo.  

Oficia la Eucaristía un sacerdote joven, con varios CD´s en su haber, uno de ellos dedicado a los desheredados de la tierra, que no es mala dedicatoria. Nuestro hombre está en un santuario alejado de las grandes rutas, sí, pero, al mismo tiempo, está al cabo de la calle, de los intereses del pueblo, un hombre de su tiempo. Por eso, durante el ofertorio, nos regala con la siguiente variante litúrgica: Por este pan, fruto de la tierra y del trabajo de hombres y mujeres.

Esto es importante. Y desde su condenado punto de vista, tiene toda la razón. En efecto, dónde van a comparar ustedes el genérico hombre con los sudorosos hombres y mujeres, que han doblado el lomo para sembrar la semilla, observar cómo crece la espiga, cosechar, almacenar, solicitar la correspondiente subvención comunitaria. Ahora bien, todo eso no lo hacen sólo varones, no señor, sino también mujeres. Este es el detalle que un cura moderno debe tener en cuenta para acomodarse a los tiempos. Es el detalle primordial, lo que los franceses llaman la cuestión nuclear.

Luego llegó la parte del vino, que también es fruto, no del viñador, sino de viñadores y viñadoras, es decir, de los hombres y mujeres que se lo han currado, y quizás no por ese orden. Además, los varones tienden a consumir más litros per cápita del preciado néctar, por lo que podríamos decir que las mujeres trabajan el doble, si ustedes me entienden: lo mismo en la producción y la mitad en el consumo.  Es decir, que nuestro pater se quedaba corto. Debió haber dicho aquello de fruto de la vid y del trabajo de las mujeres y los hombres que se lo han currado, por lo general en régimen de cooperativa, que es otra palabra muy querida por la clerecía moderna.

Uno, que es un reaccionario compulsivo, andaba al tanto, no fuera a ser que el cura de los desheredados (no, no era Gaspar Llamazares), por aquello de la jornada de la mujer trabajadora, acabara traspasando el mandamiento sexo-paritario a las palabras consagratorias, para anunciarnos que es el cuerpo que será derramado por todos y todas, momento en el que mis reaccionarias meninges no hubieran soportado más y hubiese abandonado el santuario a la carrera. Porque, mire usted, la muletilla del todos y todas hieren mis oídos con monótona, y más bien insoportable, languidez, que dijo el poeta, y me disgusta escucharlo, precisamente en la Eucaristía, una ceremonia más bien al pairo de las mudables modas de la idiocia de los humanos y humanas. 

Y quizás sea por esto, también, por lo que, cuando el bestia de Pascual Maragall se le ocurre afirmar que la derecha antes te hacía una guerra civil y ahora te mete un querella, lo que indica que nos hemos civilizado, el personal (y la personala) mira hacia otro lado como si nada, pero cuando el sandunguero de Maragall afirma que su partido se siente a veces como una mujer maltratada, entonces todos y todas-, hombres públicos y públicas mujeres-, feministas y feministos, se lanzan a la yugular del molt honorable para recriminarle su lamentable parangón o parangona-, especialmente grave en un hombre -u hombra- progresista -o progresisto-.

Y todo esto, lo único que indica es que nos hemos vuelto todos gilipollas o gilipollos. Nada preocupante.

Eulogio López