Sr. Director:
Cada año, el 26 de junio, aniversario de la muerte de San Josemaría Escrivá, me gusta recordar su figura, las vivencias, que acumulan toda su vida, mensajes, escritos, todo está impreso de ese halo de santidad, que la Iglesia Católica reconoció tras el testimonio de tantas y tantas personas que fueran socorridas de gracias y favores a través de su intercesión.

 

Toda su vida está impresa en tantos medios de difusión que ayudan a la confianza y a la esperanza, son lecturas positivas, que inducen al hombre, que sin cambiar de estatus, profesión, estado civil, en sus propias tareas profesionales pueden, haciendo la voluntad de Dios, alcanzar su propia santificación, haciendo hermoso y digno el que hacer de cada día.

Desde aquel 2 de octubre de 1928, que Dios le inspiró la fundación del Opus Dei, han pasado muchos años, pero su estela se ha extendido por los cinco continentes. Allí donde hay hombres, allí ha llegado la semilla de su predicación, el eco de su alegría, la esperanza clara y cierta de sus enseñanzas, que tanto confortan al hombre que no quiere vivir en tinieblas, ante verdades de Fe y Justicia.

Era cercano, alegre, comunicador, su trato era afable y atraía en lo humano. Nosotros en el año 72, cuando haciendo una catequesis mundial, visitó España, le conocimos en Pozo Albero -casa de retiros de Jerez de la Frontera- tuvimos la suerte de sentir su mirada profunda y su bendición.

No es novedoso que se quiera recordar a los santos, ellos fueron personas corrientes que vivieron contra corriente y en uso de su libertad escogieron con fe viva, la llamada de Dios a ser Fieles. El Santo es el hombre que se fía de Dios, según Pilar Urbano en su libro El hombre de Villa Tevere.

Juan Pablo II en su canonización en la Plaza de San Pedro, el 6 de octubre de 2002, lo definió como el Santo de lo Ordinario. Por eso a veces hay quienes les pueda resultar extraño ese seguimiento de tantas personas que fieles a la voluntad de Dios deciden libremente -porque les da la gana- (como San Josemaría solía decir, con aquella chispa aragonesa, que alegraba sus expresiones) tomar esa opción.

Ser corrientes y piadosos, corrientes y rezadores, corrientes y amar a Dios y arrastrando las propias debilidades, proponerse como meta ese primer punto de camino. Que tu vida no sea una vida estéril: sé útil, deja poso, ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Y enciende los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón.

Inés Robledo Aguirre