El Consejo de Administración de Iberia aceptó el miércoles las condiciones de fusión. Dicho de otra forma: aceptó casarse con una compañía que tiene un déficit en su fondo de pensiones de 4.000 millones de libras (4.700 millones de euros). Recordemos que la aerolínea española vale 2.700 millones de euros.

Es cierto que no hay fusión, sino que BA e Iberia mantendrán sus propias marcas, con una sobreestructura llamada International Airlines Group. Es cierto que sin esa aceptación el canje no habría sido 55/45, sino mucho más favorable a los ingleses. E incluso es cierto que la sede social (que no la operativa, que estará en Londres) se ubicará en Madrid y que Antonio Vázquez será presidente de IAG (aunque el CEO, con poderes ejecutivos será el británico Willie Walsh) pero, a la postre, de lo que estamos hablando es de una fusión fría que algún día, como todo lo frío, se calentará. Y, para ese momento es posible que el déficit del fondo de pensiones siga siendo el mismo y, además, se ejecuten los pagos resultantes -dinero real, no compromisos de pago- a lo largo de muchos años, porque la gente tiene la tendencia -lamentable, desde un punto de vista econométrico- a no morirse a su debido tiempo y a pretender la inmortalidad.

Iberia asume un riesgo tremendo bajo el axioma de que sólo las aerolíneas de tamaño monstruoso pueden sobrevivir a la crisis. Es el argumento, falso, de los amantes del oligopolio, tesis que la mayoría de los agentes económicas aceptan acríticamente y, si me lo permiten, tontamente.

Eulogio López            

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