Sr. Director:
La firma del Rey es necesaria para que entre en vigor la ley del aborto.

 

S.M. el Rey Juan Carlos se está jugando su prestigio personal. Casi todos los ojos de los españoles están fijos en él. Lo mismo todos los medios de dentro y de fuera. No es algo baladí. Es un momento histórico para la institución monárquica y el futuro de España.

Millares de creyentes están rezando, junto con otros millares actuando -recogida de firmas- para que Dios ilumine y dé fuerza a un hermano en la fe, para que tome la decisión adecuada en este trance trascendental para el bien y futuro del pueblo español.

Entre  los católicos hay unanimidad de criterio, pues la Palabra de Dios es clara y diáfana en el Evangelio: "No podéis servir a dos señores". "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". "¿Qué le importa al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?". Para cualquier ciudadano es axiomática la afirmación: "Todos los ciudadanos están sometidos a la Ley, incluso el Rey" pues, con mayor razón,  un rey católico, deberá obedecer la suprema Ley de Dios, autor  y Señor de toda vida.

La postura del Magisterio oficial y de la Tradición eclesial de 20 siglos en la Iglesia, ha sido unánime en la defensa a ultranza del derecho a la vida humana. Esta defensa no es sólo de los católicos: en ella coinciden las personas de recta conciencia, la gente de buena voluntad aunque no sean cristianos.

El Rey, que se profesa cristiano-católico, debe ser coherente y obrar en
consecuencia no firmando la injusta Ley del Aborto.

Miguel Rivilla San Martín