John Lennon no era un genio comprometido, como recitan salvo con su propio caos mental con Yoko Ono, creo. Por el contrario, era un muchacho violento su primera esposa sabe mucho de ello-, malcriado, caprichoso, engreído, débil de carácter, aburrido de la existencia. Su mensaje más profundo fue el Love me do, que, por el momento, no ha pasado a los tratos de metafísica. Lo digo yo, que fui y sigo siendo un fan de los Beatles. Me encantaba su música, pero dejé de admirarles cuando se produjeron dos fenómenos en mi vida: el primero, que me leí un libro con sus letras (libros muy de moda por los años setenta y ochenta) y, segundo, porque maduré. Entonces el mito se convirtió en un buen compositor de música pop, que es mucho, pero no lo es todo.

Lennon era un buen compositor, aunque mejor compositor era Paul McCartney, que no ha alcanzado la condición de mito para la generación progre, la que hoy controla la sociedad de la Información. Y es que la generación progre se deja llevar por las apariencias, y McCartney tenía una apariencia de burguesito que echa para atrás. Si quieren comprobar quién era el mejor, no tienen nada más que interrogar a cualquiera de los incensarios de Lennon (ahora que se cumplen 25 años de su asesinato, precisamente por un mitómano) sobre las canciones que más les gustan del cuarteto de Liverpool, casi todas ellas firmadas por ambos, a pesar de que a partir de 1966, las relaciones ya estaban camino del desastre y cada cual componía lo suyo y criticaba lo del otro.

Enseguida comprobarán que la práctica totalidad de los títulos aportados por lennonianos fueron compuestos por McCartney. La única diferencia era que Paul no tenía leyenda majadera que aportar, y Lennon sí. Desde esa fecha, puede decirse que el gran Lennon sólo compuso dos temas buenos: Get Back e Imagine, el único disco en solitario que puede merecer la pena. De McCartney son Let it Be, Yesterday, Hey Jude

Por lo demás, McCartney era un buen chico pagado de sí mismo, que, como dijera Nick Cohn, te miraba como si fueras la persona más importante del mundo. Sólo que hacía lo mismo con el siguiente. Paul tenía algunas células grises más que John, aunque reconozco que no muchas más.

George Harrison era un perfecto hortera orientalista, que, también en palabras de Cohn, cantaba My sweet lord como quien anuncia un detergente. Y me temo, ¡ay dolor!, que la comparación no es desafortunada, sino ferozmente rigurosa.

Mi favorito, lo rocnozco, es Ringo Star. Ninguno de sus compañeros podía comparársele jugado al billar y fue el primero en decirles a los cerebros del grupo, es decir, a sus tres compañeros, que eso del santón hindú Maharishi era una horterada y una estafa de mucho cuidado. No sé si tenía buen gusto musical, pero tenía el mejor gusto de los cuatro acerca de las señoras, lo cual indica tacto y sensibilidad. En la cabeza, tenía lo mismo que los otros tres, grandes dosis de serrín, pero sin duda era el menos pedante de todos. Gradación de pedantería: Lennon pedantería progresista-, Harrison pedantería religiosa-, McCartney pedantería burguesa- y Ringo Star tan sólo pedantería fashion, simpática e inofensiva-.

Uno comprende que para la generación progre, ahora ya cincuentones y sesentones, evocar a Lennon lleva a la dulce nostalgia de la juventud perdida. Lo sé, muchachos, es duro. Pero eso no otorga el derecho a decir chorradas. El asunto puede resultar peligroso, porque en la sociedad moderna, empeñada en buscar dioses donde no puede encontrarlos, rige el principio más terrible de todos: Dime a quien admiras y te diré cuál es tu problema.

Eulogio López