En la sede central de Telefónica, en la madrileña Gran Vía 28, existe una galería de presidentes, semejante a la que poseen ministerios, bancos y grandes corporaciones. En Telefónica, dicha galería de los retratos está situada en la segunda planta, junto al Salón de Actos. Como el estilo es el hombre, el presidente elige a su retratista. Así, por ejemplo, perciban ustedes la foto de Luis Solana, el primer presidente de Telefónica bajo el Felipismo, con la rosa, quizás no la del emblema del partido, asomando por detrás de su espalda.

Cándido Velázquez hizo honor a su aspecto de abuelo cuentacuentos, se dejó fotografiar con una chaquetilla que indicia las ocultas pantuflas. Sólo el falta la barba patricia para retrotraernos, no al siglo pasado, sino al decimonono.

Pero por fin ha llegado el retrato de Juan Villalonga. Sobre él hay división de opiniones: unos piensan que revolucionó la primera empresa de España. Los otros que le faltaba un tornillo. En cualquier caso, hablamos de un innovador. Quizás por ello, don Juan ha preferido enviar una foto-retrato, un picado en claroscuro, del que emanan las mil y una sombras, convertido el ex presidente de la casa en un vigoroso tronco del que emanan ramas que son sombras y sombras que resaltan en la penumbra. Todo ello sobre un suelo de cuadrícula, que evoca un cuadro de cotizaciones quien sabe si ¡ay!, en tiempo real.

Señoras, señores: el estilo es el hombre. Sírvanse observar a D. Juan Villalonga.