El peligro especial de los tiempos delante nuestro es el despliegue de la plaga de la infidelidad, que los apóstoles y Nuestro Señor han predicho como la mayor calamidad de los últimos tiempo de la Iglesia

El carácter general de esta gran apostasía es único y el mismo en todas partes, pero en detalle y características varía según los diferentes países. Jamás el Enemigo ha planeado una estrategia más inteligente y con tanta probabilidad de éxito.

Son palabras de John Henry Newman, aquel clérigo intelectual, el number one de la Universidad de Oxford, al que Benedicto XVI beatificará el 19 de septiembre durante su visita al Reino Unido, en el Cotton Park, de Birmingham. Visita, por cierto, ya calentada por quienes están empeñados en sentar en el banquillo a la Iglesia en general y al Papa en particular, así como a quienes no interesa la farsa de la santidad pero que, sólo por curiosidad periodística, ya nos han dicho dos lindezas:

1. Que Newman era mariquita como no podía ser de otro modo, si va a ser canonizado.

2. Que el Papa pretende cobrar por acudir a sus misas en Inglaterra. Yo sí lo haría por tamaña maravilla, pero no es cierto y me resulta muy aburrido aclararla.

Durante un reciente viaje a Londres acudí al Oratorio de San Felipe Neri en Brompton, casi por frente a los almacenes  Harrods. Con permiso de Birmingham, estoy hablando de la sede del pensamiento cristiano-británico, de aquellos escritores e intelectuales convertidos al catolicismo en la anglicana Inglaterra, todos ellos tras los pasos del cardenal Newman: Gilbert K. Chesterton, Hilaire Belloc, Maurice Baring, Ronald Knox, Robert H. Benson, Evelyn Waugh, Edith Sitwell, Dorothy Sayers, Malcolm Muggeridge, Alec Guiness, EF Schumacher, Clive Lewis (éste sólo converso al cristianismo), JRR Tolkien, TS Eliot

Todo empezó con Newman, el hombre del siglo XIX, aquella centuria donde se implantó la modernidad, ese proceso de entristecimiento del género humano.

El oratorio será, probablemente, la mejor parroquia católica de todo Londres. Espero que los periodistas progres no acudan a misa en tan histórica basílica-academia. Por de pronto, se rasgarían las vestiduras al contemplar -¡Qué escándalo!- que los curas visten sotana y bonete, y las garitas del templo tienen centinelas o los confesionarios bicho, si lo prefieren.

Y qué decir de las eucaristías: ¡cuánta maldad! La mitad de las misas se ofician en inglés, la otra mitad en latín, en plan tridentino. El sacerdote oficia dándole la espalda al pueblo -y la cara al Santísimo, dicho sea de paso- y los muy fanáticos feligreses -más indios que británicos- se arrodillan durante todo el canon y en la mostración del Santísimo antes de comulgar: la caverna.

Es curioso, cuando los católicos están en minoría valoran mucho más la liturgia.

Pero no se engañen: Si Berlín fue capital de Prusia, Londres es una ciudad paganizada. ¿Qué esperar de un país con una Iglesia oficial, cuya papisa en la Reina de Inglaterra, con todos mis respetos hacia S. M. Isabel II?

En cualquier caso, el Oratorio de Brompton le sirve a un español para distinguir las buenas de las malas iglesias: una buena iglesia es aquélla donde se oficia el mayor número de eucaristías posible, se confiesa todo lo posible y se cuida con mimo y reciedumbre la liturgia y, en especial, la adoración al Santísimo, y que permanecen abiertas el mayor tiempo posible. Tampoco es tan difícil.

Por mi parte, leo que en el Reino Unido se ha concedido un calendario laboral especial a una asociación de policías paganos: no celebran la Navidad, pero sí el solsticio de invierno, la fertilidad de las cosechas y esas cosas tan bonitas (al menos, el paganismo siempre ha estado del lado de la vida, lo digo muy en serio, mientras a la modernidad le encanta la muerte).

En Londres se vive la gran apostasía de la que hablara Newman hace dos siglos. Sólo que él la anunciaba porque, al igual que Chesterton, en la primera cincuentena del siglo anterior, el tiempo de la deslealtad había comenzado pero aún no estaba en sazón. Hoy, creo contemplar su plena realización -creo- y sus riesgos empiezan a próximos pero no hay que preocuparse, porque el hombre es libre, detalle éste en ocasiones olvidado por historiadores e intelectuales.

Es España cunde la Cristofobia pero no la indiferencia que he contemplado en Londres. Siempre podremos decir que odiamos a Cristo porque no nos hemos alejado de Él.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com