Insisto, estamos en el principio del fin de la siniestra era abortera. Creo que quedan más meses que años para que la humanidad recobre la consciencia y la conciencia -sobretodo lo primero- y termine con la masacre abortista, la más grave de toda la historia de la humanidad.

La estupenda agencia argentina Notivida (nº 674) habla de repudiar el asesinato de inocentes. De los más inocentes y los más indefensos, pues no olvidemos que al aborto es abominable y bastante cobarde, pero lo cierto es que la bestialidad abortera, en la teoría y en la práctica, es ahora más fuerte que nunca, pero siempre ocurre lo mismo: el momento más negro de la noche es el que precede al alba, los saltos tecnológicos se producen cuando la etapa superada ha alcanzado su máxima eficiencia. Las ideas, las doctrinas y los procesos históricos alcanzan su plenitud en su agonía. Vivimos el principio del fin del aborto, entre otras cosas porque, ni en los momentos más difíciles se dejó de recordar la vieja verdad de que, aunque la mona se vista de seda -y no hablo de las ministras de ZP- mona se queda: el aborto es el más cobarde y repugnante de los crímenes, cuyo resultado es el de un inocente asesinado por su madre y por un médico, un hombre dedicado a salvar vidas.

Pero ya queda poco para el amanecer. Este Día del Niño por nacer, la Fiesta de la Anunciación, 25 de marzo, marca un punto de inflexión. Celebrémoslo. Y, de paso, preparemos el salario maternal como contrafuerte de la prohibición total del aborto.

Eulogio López

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