Se repite el programa "Petróleo por Alimentos". Pero, esta vez, no en Iraq y sin tutela de Naciones Unidas. Una tutela que, por cierto, ahora se encuentra bajo investigación por sospecha de corrupción de funcionarios, intermediarios y empresarios que mediaron en el programa. Pues bien, el programa de Hugo Chávez pone a disposición de Argentina la petrolera venezolana Pdvsa, de manera que el país austral solucione su problema de abastecimiento energético. Llamativo déficit en un país con pozos petrolíferos. 

A cambio, Chávez pide a Kirchner contraprestación en forma de semillas y alimentos que satisfaga las necesidades de la maltrecha economía venezolana. El acuerdo va más allá del mero truque comercial. Se enmarca en una política de colaboración entre ambas administraciones populistas en el ánimo de ofrecer algo de oxígeno a unos gobiernos ahogados por la presión de la deuda, la crisis económica y la incapacidad para afrontar con eficacia las soluciones que necesitan sus países. 

De esta forma, se consolida un núcleo de poder en el Cono Sur formado por el triángulo Chaves-Lula-Kirchner al que se suma con entusiasmo Fidel Castro. Se trata de la alternativa izquierdista y "revolucionaria", frente al "enemigo" del norte. El problema es que la demagogia no dura demasiado tiempo. Chávez se encuentra más que contestado por el pueblo que en su día le aclamó y se mantiene por la fuerza del ejército. Lula asume problemas de corrupción en su propio partido y el recorte en el PIB brasileño, mermando su popularidad y la estabilidad de su Gobierno. Y Kirchner afronta también las profundas divisiones en su Partido Justicialista (PJ). ¿Solución? La unión hace la fuerza: reforcemos la integración regional y ofrezcámonos socorro entre nosotros. Un proyecto plausible, si no fuera porque se construye con los pies del barro de la deuda, el déficit, la corrupción y la contestación social.