Personalmente mido la inteligencia de la mujer moderna según su resistencia al virus feminista (VF), cuya patogenicidad supera con creces al de la gripe aviar porcina y A combinadas. Oiga, hasta muchas de las mejores de nuestras féminas han resultado inoculadas.

El peligroso VF es un derivado de la cepa viral conocida como pensamiento invertido (PI), nada que ver con Zerolo. La afectada concluye, sin premisa previa, que la mujer es el centro del universo y, como derivado doctrinal, establece una curiosa ley moral según la cual bueno es aquello que hace o favorece a la mujer. En lógica consecuencia, malo es lo que hace, o favorece, al varón.

El virus se propaga a gran velocidad. Por ejemplo, cuando se confunde igualdad con paridad. Por ejemplo, cuando el organismo Bibiana Aído, del que no puede decirse que haya sido inoculado por el VF sino que forma parte del mismo, se gasta miles de euros en un teléfono dedicado a que los varones llamen para que les expliquen su inferioridad respecto a la hembra, porque, a fin de cuentas, si feminismo rima con cretinismo por algo será. No han llamado muchos, quizás porque todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un hombre feminista. Ese es tonto del higo, tonto macizo. Sin embargo, con el telefonillo Aído, se han creado algunos puestos de trabajo de funcionarios. Mejor de funcionarios psicólogos feministas. Y esto es bello e instructivo, porque si a este biotipo no le proporciona trabajo el Estado, ¿quién se lo va a proporcionar?

Otrosí. El VF es uno de los diseñadores de lo políticamente correcto. Y así, el Parlamento Español aprueba que el consumo de alcohol y droga no sea una eximente sino un agravante en materia de violencia de género, que, como se sabe, sólo hay uno: la que ejerce el género masculino sobre el femenino, compuesta por seres que serían arcangélicos si no resultaran tan corpóreos en otros lares.

Sé que el sentido común debería estimular la idea de que la pérdida de consciencia, es decir, de libertad, impelida por el consumo de alcohol o alucinógenos, es siempre un agravante de los actos realizados bajo esos efectos, sean violencia de género, violencia infantil o, ¡cielo santo!, violencia feminista. El viejo, y muy grosero, cartel instalado en las puertas de las tabernas británicas lo explica con claridad: Coño borracho no tiene portero.

Por otra parte, el peligro del VF es que provoca idiocia social, otra patología especialmente grave, porque afecta a los elementos más conspicuos de la sociedad, especialmente a los/las ministros y ministras, así como a los compañeros/as del Congreso de los Diputados/as, a los que convierte en auténticos gilipollas y gilipollos.

Eso sí, el VF ha contribuido a una mayor alegría y felicidad de las mujeres. No hay más que morir a la mujer moderna la cara, allá donde tan pocos miran, últimamente.

Eulogio López

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