Sr. Director:

Voces que reclaman un incremento en la competitividad  en las empresas en base a las degradaciones de las condiciones de trabajo, las hemos oído muchas veces. Tales voces no proceden  exclusivamente de ámbitos empresariales, sino que también, y eso es peor, de círculos oficiales.

La propuesta es fácil y en apariencia atractiva. Los trabajadores españoles deberían conformarse con jornadas más largas y salarios más cortos, y además, comprometerse a no protestar por ninguna causa, para atraer inversiones o para impedir que se vayan las que ya existen.

Esta fórmula mágica y sencilla no tiene nada de novedosa. Se le ha ocurrido a otros muchos antes, hasta el punto de que el dumping social se denunciaba ya en la década de los años veinte.

Sin embargo, esta propuesta ha demostrado ser, sobre todo, profundamente errónea. Olvida que, bajo cualquier forma que se practique, la competencia basada en el dumping  es por esencia desleal. Así lo dice claramente, refiriéndose a la política comercial de las empresas, el Tratado de Roma que prohíbe  precisamente las prácticas de dumping. Esto parece de sentido común y además constituye uno de los pilares fundamentales de la construcción  europea. Porque ¿qué podría ocurrir si se desatara una carrera para atraer inversiones en la que cada país, cada región, cada ciudad, se decide a ofrecer condiciones laborales más degradadas?

Las políticas que impliquen una regresión y pongan en cuestión la cultura social europea significarán un peligro, a la larga, para el proceso. La unidad europea sólo tiene sentido si es para progresar, y, además, esa cultura social es una nota distintiva de Europa  y uno de los patrimonios más valiosos que podemos ofrecer al resto del mundo.

Por todo ello, ya es hora de que cambien el discurso aquellos que han defendido la necesidad de que España compita en base a trabajadores sumisos, alta precarización del empleo y salarios todavía más bajos, pues se trata de una estrategia equivocada.

El que tengamos ahora una tercera parte  de los trabajadores con contrato temporal y nuestros salarios estén entre los más bajos de Europa, no impide, todo lo contrario, que tengamos un déficit exterior enorme.

Deberíamos centrarnos en las políticas que han permitido a otras naciones convertirse en potencias económicas y abandonar definitivamente las estrategias que, desafortunadamente, se aplican en las zonas subdesarrolladas.

La capacidad de inventar, crear, de hacerlo mejor ha hecho posible la posición privilegiada que hoy tiene Europa en el concierto mundial  y que deberíamos potenciar, pues, es el mejor legado que podemos hacer a las generaciones futuras. Y es que, como dijo el poeta: Lo más terrible de todo  / es soñar que no se vive / y vivir de cualquier modo.

Francisco Arias Solis

aarias@arrakis.es