La adolescente magrebí Najwa Malha no podrá llevar el velo en el Instituto Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Así lo ha decidido el centro y yo creo que deberían dejarla. A fin de cuentas el padre y la susodicha, especialmente el primero, lo hacen por fastidiar, nobilísimo motivo que conviene tener en cuenta. Pero sí, creo que no se lo deben prohibir.

Porque claro, como aseguran otras compañeras magrebíes que se han solidarizado con Najwa: ¿se prohíbe ocultar el cabello pero no enseñar el culo? Pues hombre, ahí tienen razón. Si lo que el Occidente cristiano opone al Islam es el descaro frente a la decencia excesiva, es que algo falla.

Y sí, el uso del velo, más bien pañuelo, pues no oculta la identidad, en la escuela occidental supone una forma de islamizar la escuela, pero insisto: yo no lo habría prohibido.

En cualquier caso, comparar la supresión del crucifijo con la exhibición del velo me parece un tanto peligroso. El yihad es una cuestión de discreción  (al parecer los cabellos resultan muy eróticos en el mundo islámico), pero el crucificado es la visualización de todo el dogma cristiano. Los cristianos no son los que creemos en Cristo sino los que amamos a Cristo porque el Dios hecho hombre quiso morir en la cruz para redimirnos.

Lo que ha pasado en Pozuelo es muy sencillo. Un grupo de españoles se han cansado de que insulten a su fe o a su modo de vida, mientras creencias minoritarias pretenden conquistar su patria, o su país, aprovechando la majadería de una progresía empeñada en suicidarse, hoy representada fielmente por el presidente Zapatero.

Insisto: las dos reglas de la inmigración deben ser las fronteras abiertas y el respeto al país de acogida. La España que yo propongo debe estar tan dispuesta a acoger al inmigrante como a expulsarle en el caso de delito y de reprobación social en el caso de que no respete las costumbres del país de acogida. Por ejemplo, el exigir, como exigió un marroquí afincado en Cataluña, la retirada del crucifijo en el colegio donde acudía su hija. Ahora bien, como bien dicen, pues aquí tienen razón, las amigas de Najwa, no cabe menor respeto a la mujer que el practicado por esa misma mujer o joven cuando exhibe su intimidad (estoy hasta el gorro de ver bragas y calzoncillos por la calle).

Luego hay una cuestión de reciprocidad: el mismo musulmán que protesta con chulería por la prohibición a su hija es el mismo -insisto- que pedirá retirar el crucifijo de las aulas porque ofenden a su sensibilidad, el mismo que en Marruecos, Argelia o Egipto, margina, degüella, expulsa o ningunea a los católicos por el hecho de serlo, y de serlo con la mayor de las discreciones. El mahometano siempre hace lo mismo: protesta cuando están en minoría y aplasta cuando consigue la mayoría.

Lo de los musulmanes es de una caradura y una soberbia sin límites. Exigen que se les deje llevar el velo a sus mujeres mientras se castiga la apostasía del Islam con la muerte: tiene bemoles la copla.

Pero es igual: los cristianos no podemos comportarnos como ellos. Entiendo al Instituto de Pozuelo, le entiendo perfectamente, pero discrepo.

Que no, que libertad religiosa es libertad de culto. Por tanto, el pañuelo islámico debe ser permitido; el crucifijo mucho más: debe ser respetado, porque es mucho más que una moda o una prueba de decencia, debe ser exhibido porque forma parte de las raíces de España y de los principios de la mayoría de los españoles.

Eulogio López

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