Sr. Director,

Vivimos en un país de inexplicables contradicciones. Mientras el mundo ha declarado una guerra sin tregua al ruido, mientras la Organización Mundial de la Salud alerta sobre los incontables perjuicios que el exceso de ruidos causa en la salud de las personas (cefaleas, sordera, estrés, depresión, demencia senil, cuadros violentos, reacciones psicosomáticas, decenas de enfermedades cardíacas, etc.), este país, porque somos así, resulta que tiene los niveles más altos de ruido del mundo después de Japón.

Saber estas cosas es un asunto de cultura general de nuestros políticos. De responsabilidad cívica, y de respeto a los ciudadanos. Es algo tan básico que todo comentario debería obviar. En un mundo justo, o cuanto menos gobernado por gente cabal.

Pero parece no ser así. Verán. Vivo en Chamberí, junto a la plaza del mismo nombre. Escribo esto la madrugada del 4 al 5 de junio de 2005. Es la una y media de la mañana. Y no puedo dormir.

Y no puedo dormir porque a algún concejal lumbreras del distrito, se le ha ocurrido que es estupendo montar una jarana con actuaciones musicales a 140 decibelios en mitad de una placita urbana a la una y media de la mañana, por no sé qué fiestas. Actúa el grupo Hijos del Humo a un volumen digno de un estadio de fútbol. Tocan una especie de música de fusión. Muy interesante, pero oigan, que no quiero que nadie me imponga a los Hijos del Humo a las tantas de la madrugada, sobre todo nadie cuyo sueldo pagan mis impuestos. Eso ya es que es el colmo, señores. Soy médico, sé de lo que hablo. Por puro azar (un postgrado sobre el ruido) tengo un sonómetro en casa. 100 decibelios con picos de 166. El umbral del dolor del ser humano está en 145; el sonido de un jet despegando. Pues bien, ese jet está ahora debajo de mi casa. ¿A quién debo darle las gracias?

Sin duda ese inteligentísimo concejal, o cargo de Junta Municipal, esa lumbrera de nuestra clase política, ignora que según una transposición a Ley de una Directiva Europea en contra del ruido queda terminantemente prohibido realizar ruidos de ningún tipo en lugares públicos a partir de las nueve de la noche. Seguramente este prócer de nuestra sociedad no sabe nada de eso, como probablemente no sepa nada de nada. Porque es que hay que ser muy ignorante para montar un pollo así en una plaza pública rodeada de viviendas en plena madrugada, con el apoyo de una Junta de Distrito. Porque esto, señores, lo ha permitido alguien. Alguien que se cree por encima del descanso y la salud de su prójimo.

Chamberí es una zona habitada por mucha gente mayor. ¿Qué infierno estarán pasando esas personas sin comerlo ni beberlo esta noche en sus casas? ¿Qué opción tienen? ¿Llamar al 092? ¿Levantar acta notarial con un sonómetro y denunciar a su propio ayuntamiento ante los tribunales? ¿Poner dobles ventanas y pasar la factura al Ayuntamiento? ¿Y cuando, como es en este caso, las vibraciones subsónicas por cierto las más perjudiciales para la salud- no entienden de dobles ventanas y entran en resonancia con las paredes, que hacen de tímpano amplificador y toda la casa tiembla? ¿Tengo que darle una clase de acústica al incompetente que ha montado el sarao? ¿En qué especie de remedo de país vivimos, señores?

Pues el responsable, que se entere. Es la 1 y media de la madrugada. Un grupo de salsa, fusión, o lo que demonios sea, está atronando mi casa con 160 decibelios de música. Se lo recuerdo, porque en las empresas privadas hay una máxima que ustedes, insondables incompetentes que gobiernan los destinos de esta ciudad, sin duda también ignoran. Y es que lo peor que le puede pasarle a una empresa es tener un cliente cabreado. Pues bien, tienen ustedes un cliente cabreado. Y un cliente cabreado va por todos lados echando pestes de quien le ha defraudado, y extiende el descontento, el desencanto y el enfado a otros clientes que se convertirán en clientes descontentos a su vez...

Mi derecho al descanso es sagrado. Esto no es un asunto de derechos contrapuestos. Aquí sólo hay un derecho : el mío a dormir en paz, asistido por Leyes nacionales, Europeas, transnacionales, y normas de la OMS y la UNESCO. No existe el derecho de nadie a hacer ruido de madrugada en una plaza pública, con o sin la aquiescencia de unas autoridades públicas de notoria incapacidad. Y alégrense de que les juzgue tan incapaces como para ser sólo unos incompetentes. Porque podría pensar peor, y haber algo de volitivo e intencional en sus actos. Y entonces, les garantizo que estaría mucho más cabreado de lo que estoy ahora.

Reciban un saludo cordial y que siga su fiesta, que para colmo, pagamos todos.

Jaime Ramos Martín

xxpain@email.com