La progresía está feliz porque le han concedido el Premio Nobel de medicina a Robert Edwards, el padre putativo de los bebés-probeta, al menos en Europa.

No me extraña considerando la orientación de los Nobel (y de los Príncipe de Asturias, dicho sea de paso). El bueno de Robert abrió una puerta al infierno y desde entonces, hace 32 años, son muchos los que han entrado por ella. Aclaremos las ideas sobre la fecundación artificial: 

1. Tener un hijo no es un derecho, sino, en tal caso, una aspiración que genera muchos deberes.

2. La Iglesia condena la FIV en sí misma, dado que considera que los hijos deben ser fruto del matrimonio y la entrega conyugal, y no un batido en un tubo de ensayo.

3. Toda FIV es, por tanto, mala. Ahora bien, en distintos grados. Con donante anónimo, por razones obvias. Ahora mismo hay mucha gente que puede ir por la calle, señalar a un niño qué pasa y decir: éste puede ser hijo mío. El espectáculo no resulta gratificante.

4. Aunque se utilice el semen del esposo y el óvulo de la esposa, en la inmensa mayoría de los casos en los procedimientos FIV se insemina no uno, sino muchos óvulos. Cuando se consigue que varios de ellos fructifiquen, hay que recurrir a los llamados abortos selectivos. Evitarlos sería muy sencillo: se insemina uno sólo (caso alemán). Pero los médicos y los biólogos prefieren varios, porque no les gusta fracasar.

5. Lo peor de todo. En muchas ocasiones,  se fecundan in vitro más óvulos de los que se introducen en el cuerpo de la mujer por si la mujer, o la pareja, desean probar suerte de nuevo, o sea, pagar de nuevo. El resto queda para la crioconservación y, la mayoría de ellos (centenares de miles en España y en Gran Bretaña, donde vive el premiado) son utilizados como cobayas de laboratorio en lo que pomposamente se denomina investigación con células madres embrionarias. No son células, son embriones, es decir, entes humanos con una identidad genética individuada, distinta del padre y de la madre. Son personas y no un conjunto de células. Estos embriones sobrantes de la FIV constituyen la tragedia oculta de la humanidad actual: millones de personitas congeladas en un frigorífico.

Por tanto, un católico se opone a toda forma de FIV. Un no católico sólo puede admitir, supongo, una FIV en la que se fecunde un sólo embrión o, al menos, sólo aquéllos que se vayan a introducir en el seno materno con esperanzas de llevar a término todos los embarazos provocados.

La FIV no constituye un logro científico, sino un desastre humanitario. Por eso, supongo, ha recibido el Nobel de Medicina.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com