Mis simpatías filo-judías son de todos mis próximos conocidas, así que no me tomo ni la molestia de ocultarlas. Me encantan los judíos, nuestros hermanos mayores en la fe, como gustaba llamarlos a Juan Pablo II, el gran defensor del pueblo hebreo.

Debe de ser que para no aborregarse un país ha de vivir al borde mismo de la muerte, en la supervivencia. Israel vive desde su fundación, en 1948 rodeado de enemigos, pero es que así ha vivido durante 2.000 años de diáspora y durante otros 2.000 antes del año cero, el año que no existo porque ha marcado la historia dentera de la humanidad.

De hecho, ha sido el espíritu burgués y la vida muelle lo que ha perdido a Occidente. Ha sido el alto nivel de vida lo que ha podrido Europa, el mismo espléndido continente que, con la sola alianza de Jerusalén, construyó el mundo.

Ahora Israel está en elecciones. Y resulta que un partido nacido de la nada, Kadima (Adelante), dirigido pro un primer ministro de carambola, al que nadie conocía, fundado hace 4 meses, se ha impuesto a los tradicionales Laborista y Likud. Y no se me diga que ello se debió a que el fundador de Adelante fue el primer ministro Ariel Sharon, porque eso no sería extrapolable a España. ¿Creen ustedes que si Felipe González o José María Aznar incluso en su apogeo de popularidad, hubieran abandonado el PSOE o el PP y hubieran formado un partido 4 meses antes de las elecciones, habrían triunfado? Ni de broma. El sistema se lo hubiera impedido, por sistema entiendo tanto el conjunto de normas que protege al oligopolio de partidos dominantes como las propias maquinarias de esos partidos dominantes y los cargos que han logrado su sueldo gracias a esa maquinaria.

Otra característica de Israel: sistema proporcional. Un país permanente en guardia frente al más crudo terrorismo del mundo, se permite el lujo de no forzar mayorías electorales, sino que, en el mejor de los casos, el partido ganador apenas superará el 30% de los votos y se verá forzado a formar coaliciones con pequeñas formaciones, con muchas pequeñas formaciones. En Israel ha desaparecido el mito de la estabilidad, verdadero engañabobos que ha convertido España, Francia o Alemania en democracias falseadas donde la matemática electoral resulta mucho más influyente que el voto de los ciudadanos. En Israel no; en Israel no basta vencer, hay que convencer al minoritario. Y hay que ceder. Si no lo haces, alguien lanzará mañana un partido que te puede desbancar.

Porque claro, nada hay más estable que los cementerios.

Eulogio López