De César Vidal se ha dicho que si se leyera todo lo que escribe sería un tipo muy culto. El diario La Razón, supongo que como homenaje a estas fiestas de Cuaresma, ha publicado un artículo de don César plagado de citas evangélicas donde nos cuenta –y esto lo digo con todo respeto- su conversión al Cristianismo, que no al Catolicismo. No ocurre nada: escritores y pensadores tan espléndidos como Clive Lewis también se nos quedaron en la Iglesia de Inglaterra, más próxima a Roma que la Evangélica de Vidal, pero…

Pues bien, lo primero que nos cuenta el locutor de COPE es que cursó sus estudios de bachillerato con gran aprovechamiento y que andaba ansioso por encontrar textos de griego: "Había estudiado el bachillerato de letras con bastante aprovechamiento y cuando entré en la universidad para cursar Derecho me daba pena la idea de perder mis conocimientos de griego. Quizá si hubiera podido comprar una Odisea o un Hesíodo mi vida hubiera discurrido por otros rumbos, pero en aquellos momentos el único texto relativamente accesible en griego era el Nuevo Testamento. Me costó 125 pesetas en una edición muy manejable que forré con el mismo papel en que me la envolvió la vendedora de las Sociedades Bíblicas y, desde el día siguiente, dediqué una parte de las primeras horas de la mañana a leerlo".

Esto le pasa a don César por acudir a Sociedades Bíblicas. Si hubiera ido a la Casa del Libro y preguntado por la Editorial Gredos, allí habría obtenido todos los textos clásicos que hubiera deseado, en el ansiado griego antiguo. En Sociedades Bíblicas no me extraña nada que no encuentre a Homero. A ver si va a resultar que, en lugar de a El Mito de María" nos estamos enfrentando a "El mito de César Vidal".

Pero sea como fuere, don César llegó al Nuevo testamento, y se convirtió. Como es un intelectual, su paso a la fe está lleno de citas, y nos narra con estas bellas palabras: "Aquella enseñanza sencilla descrita por Pablo me mostraba a un Dios ante el que yo no podía comparecer con mis méritos, mis acciones o mis obras, sino ante el que sólo podía arrodillarme para aceptar el perdón que él me concedía de manera gratuita e inmerecida en Jesús. Captar ese aspecto cambió radicalmente mi vida. A partir de ese momento, comprendí por qué Pablo señalaba que «somos salvos por la gracia a través de la fe y no por obras para que nadie se jacte» (Efesios 2, 8-9)… Cuando capté todo aquello, me puse de rodillas y recibí por fe la salvación que Dios me ofrecía en Jesús y mis pecados fueron totalmente limpiados".

Bueno, lo de la fe sin obras se lo dejo para el Concilio de Trento y para el sentido común del lector, pero la evangélica confesión de d. César me preocupa un poco más. Vamos a aclarar las cosas. En primer lugar, la confesión significa pedir perdón a Dios, ciertamente, pero las reglas las impone el perdonador, no el perdonado. La única cita que le falta al artículo de Vidal es aquélla en la que el Dios hecho hombre afirma: "Recibid el espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quien se los retengáis, les quedan retenidos" (Juan 20, 22-23). Es decir, que introdujo un intermediario necesario. Quizás porque el mismo Dios estableció que no se trataba de arrodillarse ante Él, sino ante sus ministros. A lo mejor, también, por aquello de que "no eres humilde cuanto te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo". Y no seré yo quien corrija a Jesús de Nazaret. Sólo me atrevo, y con mesura y comedimiento extremos, con don César.

Es decir, que con todo respeto hacia don César, los católicos le contamos nuestros pecados a un señor vestido de negro que a lo mejor o nos cae muy gordo o sufre de halitosis. La confesión debe ser individual, auricular y secreta. La confesión de don César no cumple el segundo requisito. Y si no, pues mira, como que no hay confesión.

Con permiso de don César, claro está. Porque su artículo en Fe y Razón no deja de ser una muestra de pluralismo ecuménico. Y no seré yo quien reniegue del pluralismo, especialmente del ecuménico.

Eulogio López