Sr. Director:
Hace dos mil años lo vivió Jesucristo; no puede ser menos su representante.

 

Sigue viva la visita del Papa a España, y siguen oyéndose voces favorables y contrarias; estas últimas parecen estar relacionadas con ese deseo -en ocasiones manifestado abiertamente, y en otras de forma farisaica- de recluir la religión en lo más íntimo -por lo más inadvertido- de cada persona. Por supuesto que la religión, 2. f. que es la virtud que mueve a dar a Dios el culto debido, es algo que nace en lo más recóndito de la persona, pero que el alma -alma humana- necesita exteriorizar. Es una constante en la historia de la humanidad que el hombre -además de su íntima y personal relación con su Creador- ha necesitado levantar altares, monumentos, templos, para adorar a Dios, o a sus dioses. Por otra parte, los Evangelios relatan continuamente que Jesús era rodeado por las multitudes ávidas de su Palabra; el Papa, en nombre de Jesús, habla a los fieles y a los hombres de buena voluntad, y a todo el mundo. Comprendo a los que se dicen ateos cuando -aun con respeto a los creyentes- no entienden la manifestación externa del hecho religioso.

Pero rechazar esto mismo arguyendo una mayor autenticidad en la actitud silenciosa, interiorizada, de la persona -actitud que, por supuesto, tiene o debe tener su espacio propio cada día-, es lo más parecido a lo que relata el Evangelio de San Lucas sobre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos: A las alabanzas a Dios de los que le acompañaban algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él les respondió: os digo que si estos callan gritarán las piedras.

Amparo Tos Boix