Historia real como la vida misma. Un mendigo decidió establecerse en la puerta de un banco de fortunas, mismamente en la central de la entidad, con la barriga al aire y las greñas por bandera. No daba muy buena imagen, cuando los clientes acudían al 'confesionario', es decir, a hablar con su administrador personal.

El asunto preocupaba a la Dirección. Tanto, que el consejero delegado dio una orden pertinente: había que comprar al mendigo. Se acordó una cantidad, contabilizada en gastos generales, que quedó cifrada en 500 euros para ofrecérsela al pedigüeño. Pero nuestro ceo es un personaje avispado, así que decidió incluir una cláusula en el contrato oral. Se le pagarían los 500 euros pero, además, el limosnero debía trasladar su negocio a la puerta de la competencia, otro banco de ricos, situada no muy lejos de allí.

El mendigo aceptó y ni tan siquiera puso plazo temporal al exilio. Y es hombre de palabra. Eso sí, en la entidad pagana temen que los actuales damnificados empleen la misma treta. A fin de cuentas, es la ley de la oferta y la demanda, la misma que rige los mercados financieros.

Habrán oído ustedes hablar de los mercados financieros como entes absolutamente democráticos. No son especuladores, son inversores que intentan optimizar sus beneficios. Si España se encuentra al borde de la intervención es porque las draconianas medidas de ajuste no "convencen" a los mercados. Y claro,  si no convencen al pueblo…

El problema que los mercados financieros no son el pueblo ni tienen nada de democráticos. En bolsa sólo puede ganar –y no siempre- aquel que tiene capacidad para comprar a las 11,15 y vender a las 11,20. Son los operadores, los intermediarios, no el pueblo inversor, el propietario, quien decide cuánto debe pagar España por su deuda o cuánto vale una empresa. Es decir, el mercado no es democrático, es oligárquico. Son entidades y 'brokers' que trabajan con el dinero de los demás para rentabilizar el suyo propio y, de paso, llevarse una comisión. Es un sistema donde el derecho a voto no lo ejerce el elector sino el elegido, o, como mucho, aquellos electores que poseen mucho, mucho dinero.

Bueno, salvo nuestro mendigo, pero eso no deja de ser un efecto colateral que no invalida la regla.