La ley natural traza el designio amoroso de un hombre y una mujer que se unen en matrimonio para toda la vida. Ese pacto matrimonial es uno e indivisible de un solo hombre con una sola mujer y para toda la vida.

 

La unidad del matrimonio resulta muy conveniente a la dignidad y a las aspiraciones más profundas del hombre y de la mujer, que llevan inscrito en su ser el impulso a una donación total y exclusiva que funda una comunidad de amor.

Una pequeña anécdota muestra el cataclismo de los matrimonios rotos. La hija de unos amigos míos se encaró con sus padres y les dijo que los despreciaba y que se marchaba a vivir con su abuela y con su tío. Nunca quiso habitar en el hogar de sus padres hasta verles reconciliados y reanudar, de nuevo, el hogar que ella siempre había deseado.

El matrimonio es indisoluble, tanto es así que el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne, se afirma en el Génesis.

El bien de los hijos es también otra razón de la indisolubilidad, sólo el matrimonio robusto atiende perfectamente la protección y educación de sus propios hijos.

Es un hecho que la dignidad del matrimonio y de la familia no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones, como las uniones entre personas del mismo sexo. Estos errores son el fruto del egoísmo, del afán desordenado de placer, y de las injustas discriminaciones que no respetan la dignidad de la persona ni el amor verdaderamente humano.

El grave error del divorcio está basado en una concepción equivocada de la autonomía humana y en una visión empobrecida del hombre, como si fuera un ser incapaz de asumir compromisos definitivos. Esta situación se ve dañada por leyes civiles inicuas.

Clemente Ferrer

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