Sr. Director:

Hay muchas maneras de echar leña al fuego sin que se note. Basta un periodista sin escrúpulos, capaz de hacerse el tonto y fingir que no sabía que las caricaturas de Mahoma podían ofender a los musulmanes. Están acostumbrados a la ofensa permanente de los sentimientos cristianos y a que la otra mejilla sea - en honor al Evangelio - la tónica de respuesta. Pero deberían saber perfectamente que la reacción de los musulmanes es diferente. Han visto al Islam en acción y no pueden engañarse sobre las consecuencias del escarnio público de sus símbolos. ¿Entonces por qué la ofensa? Los chistes del diario de Copenhague ¿son únicamente una metedura de pata más, de gente aburrida de ofender? ¿O hay algo retorcido y oculto?

En realidad, no es seguro pero pudiera ser que sí. La preparación del incendio general y las provocaciones al Islam - como a la Iglesia católica, por lo demás - son tan sistemáticas, tan continuas, tan hirientes en la manipulada cultura occidental, que se ha creado un clima de rencor que no necesita maniobras añadidas. De la prepotencia descreída del liberalismo surgen blasfemias con toda naturalidad, provocando entre los católicos solo consternación, pero algo más incandescente entre los seguidores de Mahoma. Pero la pregunta necesaria es ¿quién manipula todo esto y para qué? ¿Quien está azuzando los sentimientos musulmanes contra Europa? ¿Quien utiliza sus represalias para confundir aun más los ánimos, asimilando la religión - cualquier religión trascendente - con el fanatismo y la violencia? En definitiva, ¿quien trata de provocar un choque de culturas revistiéndolo ante los ojos del mundo como una guerra entre religiones?  Las caricaturas danesas, en las vísperas bélicas que vivimos, bien pudieran ser algo más que una anécdotaPorque algunos detalles sugieren que esta última provocación ha sido perfectamente medida en su alcance psicológico y geopolític Los nórdicos suelen actuar en clave mediadora, por lo que situarles en el ojo del huracán causará - está causando ya - la desaparición del escenario de Oriente Medio de muchos testigos imparciales y la inhibición de muchas buenas voluntades en el momento en que eran más necesarias. La retirada más inoportuna, u oportuna, según se mire, de elementos pacificadores decisivos.

Por si esto fuera poco, ocurre que en todas las banderas escandinavas campea el signo de la cruz. Solo un residuo de la fe de otros tiempos, pero perfecto para que las turbas irritadas del Islam localicen la ofensa precisamente en un cristianismo deletéreo ¡Qué inteligente es la inteligencia! Y que psicóloga es la psicología El arte de tirar la piedra y esconder la mano viene de antiguo y alcanza verdadero virtuosismo en algunas latitudes. Pero el programa incendiario tiene dimensiones que van más allá incluso de los intereses estratégicos inmediatos. Hay una maldad más oculta y un propósito ulterior de calado infinitamente mayor.

El Vicario de Cristo, S.S. Benedicto XVI, ve más allá de las apariencias. Tiene más información que nadie y también conoce mejor que nadie las protervas intenciones de quienes promueven el gran conflicto para que el pánico haga suplicar a las mayorías el gobierno mundial. La tercera hecatombe como parto doloroso de la tiranía definitiva. A Roma no se le ocultan los manejos incendiarios tantas veces desapercibidos entre las innegables iniciativas pacificadoras. Porque Roma conoce el espíritu que anima finalmente el principado del mundo.  La nota de la Sta. Sede (Zenit, 5-II-06) condena tajantemente las ofensas a las creencias religiosas - de cualquier religión - y rechaza inmediatamente cualquier respuesta violenta a dichas ofensas. Tal es el lenguaje cristiano y es el lenguaje de la paz. Un lenguaje claro y sencillo que desnuda la provocación sistemática del laicismo y prescribe al mismo tiempo la actitud que deben adoptar los católicos como instrumentos del amor de Dios en el mundo y factores de paz. La sencillez de Roma es clara, es firme y es rectilínea. No se deja manipular por invocaciones interesadas ni dialécticas oportunistas. Por eso, la segunda gran pregunta es si el catolicismo español y la propia Iglesia en España podrán, de una vez por todas, hablar este mismo lenguaje de Roma: Si podrán hablar el lenguaje de la paz. Y la respuesta es, desgraciadamente, dudosa. Porque para ello habría que haber aprendido la lección del 2003 y de los acontecimientos de Irak. ¿Juan Pablo II o Aznar? ¿El lenguaje de la paz, que es siempre cristiano - aunque lo pueda hacer suyo, con la boca chica, Zapatero - o el discurso del belicismo encubierto, que además es liberal? La elección parece sencilla, pero se complica por esa servidumbre ideológica que compromete la imagen de la Iglesia a través de sus medios de comunicación. Hablar el lenguaje de la paz exige sintonizar de una forma absoluta con la justicia y la verdad. Y esto, a todas luces, no puede hacerse sino repudiando todo un estilo, que es el del mal menor. Desbaratando la nefasta identificación con un partido político pagano de derechas pero no para caer en los brazos del paganismo de izquierdas

Para hablar el lenguaje de la paz, al catolicismo español y a la Iglesia en España les sería preciso, en resumidas cuentas, aceptar la soledad casi martirial de la verdad sin concesiones. ¡Una ganga, vamos! Aunque no cabe duda de que Dios y la historia sabrían compensarlo.

Alfonso Pérez Grenier

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