Vamos a dormir, comentaba el revolucionario francés Danton a sus compañeros antes de que le rebanaran el pescuezo. Eso es lo que se llama una estupidez solemne, que por ambas condiciones, estúpida y solemne, ha pasado a la historia, porque no creo que a nadie le consuele un sueño del que no se despierta. Lo de Danton sólo demuestra que ante la muerte, el desesperado se conforma con la metáfora, que aquí es superchería: ¡Menuda siestecita!

O, al menos, era así hasta que llegó la funeraria de Alcobendas, para nuestros amigos hispanos ciudad dormitorio del gran Madrid. Allí se ha instalado la muerte moderna, la muerte progresista. Ya he dicho que la mejor publicidad que existe hoy en día, especialmente en TV, es la información. Así, Tele 5, propiedad del progre-capitalista Silvio Berlusconi, nos ofreció su especial conmemoración del Día de difuntos (que, por cierto, es el miércoles 2, no el martes 1, día de Todos los Santos, quizás porque a Tele 5 no le preocupa la santidad pero le aterra la muerte) con un publirreportaje de la gran funeraria alcobendana, un negocio próspero, porque siempre tiene clientela.

En ella, el empresario, un tipo moderno, nos informa que la idea-madre de su proyecto, además de forrarse el riñón, supongo, consiste en igualar a todos en la muerte. Uno diría que la igualdad perseguida debe ser ante la muerte, pero supongo que es una mera diferencia de proposición, algo así como el estar jodido o estar jodiendo, de don Camilo José Cela, que en gloria esté. Por eso, Tele 5 nos mostró preciosas lápidas, todas iguales, todas ornamentadas de flores, un canto a la igualdad, mientras nos recordaba que el servicio fúnebre incluía la posibilidad de elegir la música más adecuada por parte del cliente, para unir así, en glorioso matrimonio, igualdad y diversidad.

Detalle importante: la modernidad es eficacia. Y así nos encontramos con el tanatorio paradigma de la eficiencia: un oratorio multiconfesional. Es decir, un templo pluralista, donde lo mismo pueden celebrarse exequias católicas, que judías o mahometanas. Esto me recuerda lo de un ahijado mío, seis años de edad, que regresó un día del colegio y le informó a su madre:

-Mamá, hoy he hablado con Dios en el laboratorio.

Pues bien, el oratorio multiconfesional, propio de la diversidad climática y el talante pluralista que rigen nuestra sociedad, es como un laboratorio de ideas, donde todo es nuevo, moderno, progresista salvo la conservadora y vetusta cuenta de resultados del enterrador, un emprendedor de tomo y lomo.

Ni que decir tiene que su negocio no se llama funeraria, ni su cementerio camposanto : se llama Parque Cementerio. Y no le falta razón, porque había mucho verde.

Y es que la modernidad todo lo transforma menos el canguelo a morirse, que continúa siendo el mismo de siempre. Pero los duelos con pan son menos, así que resulta muy consolador que con este tipo de necrópolis progresistas se creen muchos puestos de trabajo, amén de que los familiares del finado puedan sentir que el cuerpo de su ser querido se lo comen los gusanos con la misma fruición, ni más ni menos, o se corrompe con la misma velocidad, ni más ni menos, que el cuerpo de un duque, un banquero, un miembro del Familia Real o el vecino del tercero, que nunca se supo de dónde sacaba pa tanto como destacaba. Esto, sin duda, les consolará.

Y es que lo que continúa siendo muy cierto es que por muchas novedades funerarias nada consigue evitar el canguelo que produce la muerte, o mejor, el miedo a morir. No hay figura más sublime, ni más tonta, que la del estoico, la del hombre justo pero sin esperanza, el santo laico que contempla cómo su vida se aproxima a la nada ¿De verdad merece la pena esforzarse en la justicia para ser absorbido por el monstruo. Tengo para mí que si alguien creyera de verdad que no existe un mundo mejor, otra vida al otro lado de la muerte, simplemente se pegaría un tiro o se convertiría en un leviatán. Para mí que no existe el santo laico. En cualquier caso, esto demuestra una verdad tanto tiempo olvidada: el problema actual no es de falta de fe, sino de falta de esperanza.

Eulogio López