Ocurrió la pasada semana en el juicio sobre el caso KIO, que se sigue en la Audiencia Nacional. El presidente del Tribunal, Javier Gómez Bermúdez (presidente de la Sala de lo penal de la Audiencia) se dirigía en un receso a un grupo de asistentes entre los que se encontraba la fiscal un abogado de la acusación y la hija del propio Javier de la Rosa, Gabriela, que actúa como abogada de su padre. Gómez no posee la virtud de la discreción, así y se despachó a gusto con el acusado :

-Él sólo se lía, se arma un taco absoluto. A mí, en las cuentas que ha hecho hasta ahora, me faltan 600.000 dólares.

Considerando que Gómez Bermúdez es el mismo juez que no entendía al acusado cuando este le hablaba de dinero empleado en la capitalización de Torras, se demuestra que una de las necesidades más urgentes que tiene la justicia española es dotarse jueces que entiendan el mundo financiero. Pero, miren por dónde, faltaban 600.000 dólares.

Gómez Bermúdez no deja de ser el mismo magistrado recusado por sus propios compañeros a petición de Pérez Escolar para formar parte del Tribunal que juzgó, y absolvió, a Emilio Botín, José María Amusátegui y Ángel Corcóstegui, pero las indemnizaciones multimillonarias que el primero pagó a los otros dos para que le dejaran todo el poder en el SCH.

Lo que está claro es que todo el sistema financiero está deseando que continúen las condenas a Javier de la Rosa, a quien se le han troceado los casos (al revés que se hizo con Mario Conde, que sólo respondió ante Argentia Trust y ante el propio sumario Banesto), de tal forma que cuando acaba un juicio o una condena entra en el siguiente, y no tiene dinero para pagar sus abogados, por lo que le defiende su hija Gabriela, que ha estudiado abogacía, cuando ya había estallado el caso KIO. Y cuando tiene al Sistema Financiero en contra es difícil salir bien librado, especialmente si estás acusando a SM el Rey, a Rodrigo Rato, a Miguel Roca, etc., de haberse lucrado gracias a KIO. Sea o no cierto, en ese momento todo el mundo siente un súbito interés por meterte en un celda y tirar la llave. Por lo menos, el desprestigio de un condenado sirve para que nadie se tome en serio sus acusaciones aunque sean ciertas.