El hip-hop es el nombre español del importado rap norteamericano. Ya saben, ese estilo musical -por decir algo- que consiste en "hacer ruido" para manifestar el rechazo a una sociedad injusta y opresora. El rap es la expresión cultural de una población urbana negra, descendiente de los esclavos, marginada socialmente y criada en familias desestructuradas y acostumbradas a malvivir del "welfare state".

 

En este entorno, el hombre negro grita libertad y busca en los otros negros una hermandad que no ha conocido en su difícil infancia. Enseñar los calzoncillos y decorarse con candados y clavos forman parte de una estética contestataria ante una sociedad que les ha dejado fuera del progreso. El grafitty, el patinete callejero y el rap son los elementos de cohesión de una fauna que sobrevive como puede en medio de una selva de asfalto.

 

El ruido de los raperos en un grito por la integración y la justicia. El sonido de los hip-hoperos españoles es un quiero y no puedo. Los blancos españoles no tienen ascendientes esclavos, no viven en barrios malolientes donde la policía opta por no entrar. Gritan ante la apatía del estado burgués. Pero gritan sin propuesta, sin ilusión, sin esperanza.

 

Porque el "ruido" es sólo el grito desesperado de quien no puede hacer otra cosa. Pero los hip-hoperos españoles pueden aspirar a hacer música. Pueden aspirar a construir una sociedad diferente desde la red de un estado de bienestar relativamente amplio. Su rebeldía es "políticamente correcta". Por eso, el movimiento español genera tan poco entusiasmo.

 

Y a pesar del escaso apoyo, Gallardón ha decidido premiar a los "ruidosos" con dinero y espacio. Los hip-hoperos han tomado la Plaza de Colón durante las fiestas de San Isidro para que el ruido se instale en mitad de la ciudad. Con el dinero de los contribuyentes madrileños, los raperos españoles han aullado contra los "amos". No aspiran a una relación de justicia, sino a subyugar a los "amos". Todo ello aderezado con "que les den por el culo", "sois todos unos hijos de puta" y demás elementos culturales.

 

Para ambientar la fiesta, los asistentes acudieron con sus respectivos botellones en medio de la pasividad de la policía municipal y de los responsables de Cultura del consistorio capitalino. Por supuesto, a nadie se le ocurrió recoger sus desperdicios porque para eso asistían a un acto cultural financiado por don Alberto. Así que los barrenderos debieron de hacer horas extras en recoger lo que los esclavos subyugados habían esparcido por el suelo, sin duda, como señal de rebeldía.

 

Pero Gallardón estaba en todo. Además de emitir ruido por encima de lo permitido en las ordenanzas municipales, los grafitty pudieron expresarse públicamente en tablones dispuestos al efecto. Y es que ahora la rebeldía está estabulada y subvencionada. Y en dichos tablones podíamos leer mensajes tan sugestivos como "Bush cabrón". Eso sí, con dinero municipal del muy progresista Gallardón.

 

A don Alberto le gustan mucho más los ridículos raperos madrileños que la tradicional Pradera de San Isidro. Donde esté un "Que le den por el culo al amo" que se quite el desfasado chotis madrileño. Y encima en una única baldosa. Un atraso. Máxime si, además, tan sólo se puede beber limoná y aguardiente. Y el botellón, ¿dónde señor alcalde? Todos a Colón.

 

Y ya metidos en harina centro-reformista, el alcalde presidente ha otorgado una medalla a José Antonio Alonso por la gestión de Interior del 11-M. El Giuliani ausente en las horas fatídicas quiere demostrar ahora su apoyo a la labor realizada por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. No sé si se han dado cuenta, pero Gallardón es un hombre de Estado -perdón, de Ayuntamiento- que lucha por el interés general por encima de las diferencias partitocráticas. Lo que no termino de entender es por qué ni Ángel Acebes ni Esperanza Aguirre han querido asistir a tan solemne acto de homenaje a Alonso. Unos desconsiderados. Naturaca. Hip-hop.

 

Luis Losada Pescador