El periodismo mundial ha encontrado la forma de adivinar el nombre del futuro Papa: convertir en papable a todo el Colegio de cardenales, uno por uno. Al parecer, es la única forma de acertar. El chasco con el propio Karol Wojtyla fue demasiado grande, pero, inasequibles al desaliento, están dispuestos a acertar esta vez. Por lo tanto, mucho me temo que el elegido no esté en el colegio cardenalicio, lo cual, después, de todo, tendría su gracia. Es posible hacer papable a todo el colegio cardenalicio, pero a más de 1.000 millones de católicos parece un poco más complicado.

En lo que todo el mundo está de acuerdo es en que el éxito de Juan Pablo II, visualizable en su muerte, exige, como han dicho varios periódicos, un Juan Pablo III.

No seré yo, quien con Karol Wojtyla me convertí en papólatra, quien niegue el éxito del pontificado ahora terminado. A servidor, le ocurre con este Papa lo mismo que a los aficionados argentinos: Yo no soy hincha aclaran- yo soy fanático del Boca. No esperen, por tanto, del abajo firmante, ni un adarme de objetividad con Juan Pablo II. Y, sin embargo... Con el polaco yo he aprendido una lección vital que me ha sido muy útil: ser discípulo consiste en que si la Iglesia dice a y yo digo b, la que tiene razón es la Iglesia. Y que, de la misma forma que cuando un libro no cabe en una cabeza humana no siempre la culpa es del libro, el hecho de que algo no entre en mi cabeza no significa que no sea cierto.

Ahora bien, ¿cómo medir el éxito de un Papa? Lo que los banqueros dirían, la cuestión papal. El problema del ser humano es que ha sido creado libre. Tan engorrosa condición es causa de muchos ciertos malentendidos. Por ejemplo, cerca de un millón de jóvenes acudió a la cita con Juan Pablo II en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos, para contemplar algo muy poco atractivo para la juventud: un anciano achacoso que apenas era capaz de vocalizar. Un éxito de convocatoria, sin duda. Ningún otro líder, tampoco musical o cinematográfico lo habría conseguido. Recuerden lo que ocurrió cuando la primera visita de Juan Pablo II a España, en 1982. Ese fino analista, y entonces joven, llamado Francisco Umbral prometió que si el Papa convocaba a tanta gente como los Rolling Stones que actuaban poco antes de la llegada del Pontífice- se bebería todo el agua del Manzanares. Naturalmente, el papa centuplicó el concierto de los Rolling en cada una de las etapas del viaje, sin que don Paco se haya bebido ni un vasito de nuestro modesto riachuelo capitalino.

Y todo eso es sorprendente. Ahora bien, insito, el hombre es libre. Quiero decir, ¿el éxito de Cuatro Vientos significa que un millón de jóvenes se convirtió y cambió de vida? Si tal cosa hubiera ocurrido, podríamos, parafraseando al ilustrado Alfonso Guerra, que a España no la conocería ahora ni la madre que lo parió.

El Papa puede señalar el camino, pero andarlo es cosa de cada cual. Y no vale iniciar el recorrido y volverse atrás a los pocos días. Insist ni tan siquiera Dios puede. Las reglas del juego universal son claras: Providencia y Libertad, los dos motores que mueven el universo.

Dicho esto, desde la muerte del Papa en las iglesias españolas se han multiplicado las peticiones de confesiones (sin que el clero haya estado a la altura de la demanda). Han aumentado las comuniones y, como ya hemos informado, algunos párrocos poco previsores se han quedado sin formas para ofrecer la comunión. O sea, que más que pensar en un Juan Pablo III conviene aprovechar la estela que ha dejado tras de sí un Juan Pablo II.

Eulogio López