Las Olimpiadas de la era moderna se fueron al garete cuando el fallecido Juan Antonio Samaranch hizo del Comité Olímpico Internacional un negocio de subastas, donde el Top Ten de las multinacionales de cada sector pujaban por quedarse con el control del negocio olímpico, poco tiempo después de que los atletas pasaran de amateurs a profesionales. El espíritu olímpico se convirtió en un olímpico negocio

Al final, Madrid-2020 ha sido el tonto útil de Buenos Aires. Un presupuesto austero, como debería ser en tiempos de crisis, no ha podido con los intereses económicos del Consejo de Administración del COI.

Tokyo
ha pujado más alto y se ha llevado el negocio… aunque el mejor negocio en términos exclusivamente pecuniario lo haga siempre el COI.

De paso, franceses y alemanes han luchado para que las Olimpiadas de 2020 no vinieran a Madrid. Si se iban a Japón, en 2024, con una Europa que presuntamente habrá superado la crisis (¿A que no), podrían volver a Europa: a París -derrotada ante un Londres inferior- o a Berlín, que quiere presentar al mundo la nueva Alemania, líder mundial (¿A que no).

Por eso, el alemán Thomas Bach, uno de lo que más lidió contra Madrid 2020, se vislumbra como sucesor de Jacques Rogge como presidente del COI. Enfrente tendrá a un hombre más partidario del deporte y menos del negocio –a pesar de ser banquero- como es el puertorriqueño Carrión, pero tampoco esperen mucho.

Y encima, hablamos de un negocio opaco. ¿A qué viene eso del voto secreto ¿Y a qué viene eso de tener a una serie de ciudades, durante cuatro años, haciendo ingentes esfuerzos para conseguir unos Juegos Olímpicos que proporcionan gloria pero una deuda sobrecogedora.

Y por cierto, aquí el único que gana es el príncipe del COI, Juanito Samaranch -Juan Antonio Samaranch Salisachs (en la imagen), conocido como Samaranch junior-. España ha perdido pero él ha conseguido auparse al Comité Ejecutivo del COI, es decir, al corazón del muy olímpico negocio.

Por cierto, el Príncipe de Asturias no ha ganado: ha perdido. A pesar de todos los corifeos que aplauden su gestión –esforzada pero fallida- lo cierto es que Felipe de Borbón ha dejado claro en Buenos Aires que no posee el peso internacional de su padre. Sólo que su padre no podía ir porque los españoles le hemos recortado dentro –en ocasiones, con razón, ciertamente- el prestigio que tenía fuera.

¿Lo mejor de Buenos Aires Que no estaba el insigne deportista Iñaki Urdangarín, naturalmente.

No, los juegos olímpicos de la era moderna no son ninguna maravilla. Las olimpiadas se han convertido en una especie de religión de pacotilla dirigida por una secta de aprovechados que esconde, en este caso, un móvil económico.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com