Aunque la sociedad moderna presume de comportarse y conformarse a espaldas de la moral, lo cierto es que es de un moralismo tremendo, un moralismo, además, politizado, es decir, un doble horror.

El telenovelón de la TV pública Amar en tiempos revueltos es una buena muestra de ello. Esta chapuza histórica, a la que tan colgados están tantos españoles y españolas, oiga usted- es una recreación muy recreada de los tiempos de la Ominosa, del innombrable. En ella se presenta una sociedad española perseguida por las rígidas normas morales del Franquismo, con una mujer preterida, qué digo, esclavizada, por los malvados policías del Franquismo. La última heroicidad del drama aparece en la narración de un aborto, donde, naturalmente, el humanitario es el médico abortista y la demoniaca la monja de hospital. El niño no sale en la foto. Todo muy original. Demasiada estupidez como para perder el tiempo en descripciones.

Ahora bien, el éxito de Amar en tiempos revueltos es representativo de un fenómeno muy actual. Se supone que fue la dictadura franquista la que impuso una moral que negaba el aborto y forzaba a las señoras a llevar falda por debajo de las rodillas (mucho más elegante que la minifalda, por cierto). Se trata de la habitual adscripción directa de moral cristiana y dictadura política, que corre paralela a la adscripción entre liberalismo democrático o socialismo marxista con liberación de la mujer y derechos reproductivos (Observen que me he vuelto políticamente correcto). Es una visión que agrada a los progres, pero también ha algunos franquistas, que atribuyen al anterior Jefe del Estado el mérito de una decencia reinante en España.

Imagen que sólo tiene un problema: es falsa. Uno se pregunta cómo dicha imagen ha podido brotar en España cuando en los años cincuenta o sesenta del pasado siglo el aborto era considerado lo que es: un crimen, tanto en la sociedad norteamericana (hasta 1973) como en las democracias europeas y en el régimen autoritario español. No fue un régimen político quien nos introdujo en la era abortista más homicida de la historia sino un descubrimiento médico, la píldora, con la correspondiente aversión a la maternidad, así como un aburguesamiento comodón que ha hecho la vida tan fácil como tediosa.

Y lo mismo con la indumentaria femenina o con el comportamiento en las playas. Las playas francesas no se distinguían de las españolas en los años cincuenta del pasado siglo. Basta contemplar una película americana de los años sesenta para observar la vestimenta femenina o, lo que más importante, el sentido de compromiso que, para ellos y ellas, tenía el matrimonio, fuera este civil o canónico.

Algo similar ocurre hoy con la expansión islámica. A los defensores de la vida se nos insulta con el apelativo de talibanes, pero lo cierto es que el Irán de los ayatolás permite el aborto, mientras Occidente sigue los pasos de los mahometanos sólo que modificando la poligamia por la poligamia sucesiva del divorcio. Con la consecuencia, por cierto de que la mujer, a la que, salvo casos de degeneración profunda, le cuesta más cambiar de pareja, se encuentra tan cosificada y desprotegida en Teherán como en Madrid.

La democracia no ha traído la perversión moral. La hemos traído nosotros, con nuestro aburguesamiento compulsivo que nos hace incapaces de creer en nada: ni en nosotros mismos.

Eulogio López

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